Historias
Martín Vázquez, el investigador tandilense que hizo cumbre en el Aconcagua
La historia de un tandilense, docente de la Unicen, que concretó uno de los desafíos de montañismo más exigentes de la región: escalar los más de 6 mil metros del Aconcagua.
Miles de personas intentan año a año cumplir la travesía de subir hasta la cima de la montaña más alta del continente americano. El Aconcagua recibe a montañistas de todo el mundo que buscan cumplir un desafío personal, de supervivencia y resistencia extrema. Uno de los privilegiados que pudo lograrlo fue Martín Vázquez, un profesor de la Unicen e investigador en el área de sistemas computacionales embebidos, y le contó su historia a El Eco de Tandil.
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“El bichito del Aconcagua hace rato que lo tenía y arranca más que nada el año pasado, cuando llamo a la gente de Argentina Extrema para hacerlo. Me dijeron que necesitaría una experiencia previa con un menor nivel de dificultad”, contó el investigador de 50 años que, mientras desarrolla actividades físicas en la ciudad como correr o nadar, aguarda por la aprobación de unos papeles para ingresar al Conicet.
Martín Vázquez relató que cuando le dijeron que para realizar esta actividad necesitaba prepararse con muchos ejercicios de cardio, empezó a ir entrenar a La Movediza. “Iba con la mochila y me desparramaba bolsas de maíz y subía la escalera y la bajaba”. En ese entonces se hizo presente un artesano de la zona y le preguntó por si había hecho una promesa por la repetición en la acción. La relación fugaz finalizó con la compra de un mate que acompañó a Vázquez hasta la cima del Aconcagua.
A partir del mensaje de Argentina Extrema, Martín comenzó su preparación con experiencias de menor dificultad antes de encarar el desafío mayor. Arrancó por el Maipo, un volcán también ubicado en la provincia de Mendoza de 5.300 metros de altura, donde contó que “son cinco días, es otro tipo de exigencia, pero es duro”.
Una de las cuestiones que descubrió a través de esta primera incursión en el montañismo fue que además de la preparación física, hay mucha influencia de la cabeza: “Muchos se bajan, tienen sus buenas razones, porque empiezan los vómitos, los dolores y cada persona lo procesa de manera diferente”, afirmó. Al mismo tiempo, reconoció que la subida al Maipo fue importante para ir aprendiendo cosas como la logística para tomar agua, algo que, según sus propias palabras, es necesario hacerlo constantemente.
La subida a la montaña más alta del continente
La experiencia Aconcagua la inició el 2 de enero pasado, con una reunión en un hotel para acceder al equipamiento. Un día más tarde se trasladaron al refugio ubicado en el Puente del Inca para comenzar con la aclimatación a 2.880 metros sobre el nivel del mar. Después de pasar la noche ahí, se realizaron los permisos para subir y luego se hace trekking hasta Confluencia, a 3.300 metros.
La aclimatación se va a haciendo paulatinamente. En ese aspecto, explicó Vázquez que pasaron dos días en Confluencia y que uno de ellos fueron caminando hasta los 4 mil metros de altura de Plaza Francia. “Te cansás, estás en altura. Yo ahí todavía no había sentido el apunamiento”, comentó el tandilense.
En el cuarto día los montañistas llegaron, después de caminar 17 kilómetros, hasta el campamento base ubicado en Plaza de Mulas, a 4.300 metros de altura. “Ahí sí, ese día me dolió mucho la cabeza, la nuca, todo”, profundizó sobre la experiencia y agregó que la idea del guía principal era hacer una caminata hasta 5 mil metros y bajar a dormir en 4 mil, así en un par de oportunidades hasta dormir en los 5 mil metros de altura.
Así fue como se desarrolló la experiencia. Primero subieron hasta el campamento llamado Canadá, donde llevaron un poco de comida y algunos elementos para subir a la cima: “Las dejábamos con piedras y algunas lonas y bajábamos a dormir”, comentó Vázquez que agregó que “hay paisajes hermosos pero no tenés confort, estás con frío y cuando pega el sol, no hace calor pero te quema mucho. Es todo incomodidad”.
En el medio de la experiencia, el investigador de la Unicen comentó que hizo cumbre en el cerro El Bonete, a 5 mil metros, y luego descansó en el domo, un lugar donde se habla mucho sobre la expedición.
El siguiente paso fue Nido de Cóndores, el campamento dos, a 5.500 metros sobre el nivel del mar. En este lugar, Vázquez perdió a su compañero de carpa: un americano de nombre Tommy, que se empezó a sentir mal, tener vómitos y, como tenía una nenita de tres meses, decidió dejar la experiencia. “Acá ya se complica todo. No estás con las comodidades del campamento uno y estas con la cabeza que en cualquier momento vas para la cumbre”, relató.
A Nido de Cóndores llegaron el 15 de enero y el 16, Martín confesó que “sentí una fatiga. Yo decía ¿qué me pasa?”. A su vez, el tandilense recordó que esa noche hubo mucho viento y se le rompió la carpa, pero el clima adverso aflojó y el 17 salieron para la cumbre.
Finalmente, el día tan esperado por Vázquez llegó. La expedición partió de noche rumbo a la cima del Aconcagua previo a un intento de dormirse cerca de las seis de la tarde: “Yo no dormí nada. Por ahí descansas un poco”, afirmó. Describió que al momento de salir tuvieron dos bajas: una de las guías, que tuvo problemas estomacales, y con ella otros dos montañistas. “No estaban del todo seguros y al bajarse un guía, tomaron una postura altruista y se bajaron”, contó.
El abrazo de cumbre
“Llegamos a Plaza Independencia, que es como un refugio, y yo estaba muerto”. Luego confesó Vázquez que estaba tan cansado que ni podía abrir un termo con mate cocido pero a su vez confirmó: “Nunca se me cruzó bajarme. Pensaba en los chicos, la gente que me quiere que quería que llegue, en lo que me costó prepararlo”.
Luego del cambio de aire, le tocó pasar por la misma situación en la última parte de la travesía a dos norteamericanos que fueron los últimos que se bajaron. La expedición contaba al inicio con un grupo de doce personas, siete argentinos, cuatro estadounidenses y una canadiense, además de los tres guías. Ocho no pudieron hacer cima.
El momento de llegar a la cumbre “es muy emocionante” expresó el tandilense que también destacó que se llora mucho. “Todos los abrazos son lindos. Vos venís de una marcha de diez horas y cuando llegás, después de quince días, y viene un desconocido y te abrazás cansado. Es un abrazo lento, es un abrazo cansado, es un abrazo de satisfacción. Un abrazo hermoso”, cerró Vázquez.