Al igual que Cerro Leones o La Movediza, Villa Laza fue uno de los puntos principales de Tandil durante el período de auge de los canteristas y picapedreros. Hace muchos años -aunque no tantos-, el lugar era un auténtico crisol de culturas donde no sólo había italianos y españoles, sino también eslavos -montenegrinos, yugoslavos, croatas y otros-, que habían cruzado el mundo para trabajar la piedra. De esa mezcla surgió una particular manera de hablar que algunos vecinos históricos todavía recuerdan. Casi un dialecto marcado por una entonación distintiva, una infinidad de apodos y hasta un límite geográfico propio, el Macadán.

“Además de los sobrenombres, había palabras particulares, que las transformaba la gente de Villa Laza. Por ejemplo, en vez de albóndigas, era almóndigas. En vez de 'los miércoles' era 'a los miércoles', en vez de mayonesa era 'bayonesa'. Era una mezcla que hacían de los idiomas”, contaron Rubén Paoletta y Adelio Giovanini. Ambos nacidos y criados en Villa Laza -éste último, todavía vive en el lugar-, dialogaron con El Eco de Tandil en un encuentro al que concurrieron con parte de un increíble archivo compuesto no solo por fotografías y recortes de diarios, sino también por una extensa lista de apellidos del barrio, cada uno con su particular apodo, como “Piojo Lerdo” y otros.

villa laza dialecto macadan 01-03-25 - 7 — Rubén Paoletta y Adelio Giovanini

“Como en la frontera está el portuñol con el español y el portugués, Villa Laza era una mezcla de idiomas. Estamos hablando, más o menos, entre los años 50', 60' y los 70'. Todavía había inmigrantes de las primeras camadas. Italianos nativos, montenegrinos nativos. Por ejemplo, estaban los Marcovich, descendientes de montenegrinos. Enfrente a mi casa estaba Olindo Ceschi, era italiano y como era duro para hablar le decían 'Duro'” agregaron los vecinos.

“Lo estoy viendo”, contó “Chato Flores”. Su verdadero nombre es Alberto Satti, pero muchos lo conocen por ese apodo que recibió durante su infancia en Villa Laza. Al ser consultado por sus memorias del barrio se puso de pie, entrecerró los ojos y repitió “lo estoy viendo”, pare luego describir cómo era el lugar a mediados del siglo pasado.

villa laza dialecto macadan 01-03-25 - 1 — Encuentro en el antiguo salón de AOMA

Criado en una casa histórica casa de chapa del lugar, “Chato” recordó el bar “El Pique” y el bar del gallego Serafín Fernández, el club La Movediza y la “cancha de fóbal”, la sede de la Asociación Obrera Minera Argentina -AOMA-, la casa de piedra – que todavía existe-, las calles de tierra, y otros baldíos y quintas de la zona. En algunos de esos bares, algún italiano pasado de copas se resbaló, aterrizó en el piso y sin inmutarse dijo “Io no me caigo, io me tiro”. Otro de los parroquianos -español- se maravilló de tal forma con la llegada de los encededores “Carusita”, que le gastó la piedra por demostrarle a quien se cruce la magia de hacer “Chhsss, y listo”.

villa laza dialecto macadan 01-03-25 - 4 — El “Chato", nacido y criado en Villa Laza, todavía conserva parte de la forma particular de hablar del barrio

Chato todavía conserva parte del dialecto de Villa Laza, una tendencia a remarcar las “s”, y en su momento también recurrir al “Ma, sí”. Hace tiempo, la mujer de Rubén Paoletta solía darse cuenta que su marido había pasado por el barrio, porque cada vez que volvía lo hacía hablando -otra vez-, como lo hacían en el lugar.

Cruzar el Macadán

La larga lista de apellidos y apodos que conserva Giovanini tiene algunos sobrenombres ilustres como el “Liso” Satti, el “Polducho”, el “Yacundo”, el “Melonario” Belsito, el “Pin” Benac, “Strambi”, el “Telile” Lamas, el “Nicio” Cano, el “Dedal”, y muchos otros.

“Si usted iba para allá y preguntaba por Roberto Fernández, no lo encontraba. Pero a 'El Piojo Lerdo', si”, puso como ejemplo Chato, sobre uno de los sobrenombres más particulares del lugar.

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Pero además del dialecto, Villa Laza tenía un límite geográfico bautizado por los propios vecinos. Aunque ahora esté a minutos del centro, entonces llegar hasta Tandil era todo un viaje. Entre el lugar y el centro de la ciudad había quintas y descampados, pero también estaba el Macadán.

A mediados del siglo pasado, las calles del barrio todavía no tenían nombre. De hecho Giovanini todavía recuerda cuando el Municipio colocó luminarias, en concreto un foco en la zona del club La Movediza. “Era un foquito chiquito. Vos andabas y te chocabas”, evocó con humor. Pero para salir de Villa Laza había que cruzar el Macadán. Esa forma de nombrarlo hace que parezca un río bravo, pero no se trata de otra cosa que la actual avenida Juan B. Justo.

“¿Sabés lo que era el Macadán”, adelantó Paoletta. “Es la avenida Juan B. Justo, entonces un camino finito. Mi mamá me decía que tenga cuidado con el Macadán. Le decían así porque cuando le pusieron asfalto, la empresa que lo hizo fue Mc Adams. Entonces, todo junto, Macadán”, contó.

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Por el Macadán se llegaba a Tandil, y por el mismo lugar también llegaban los vendedores panaderos, los pescaderos, los verduleros y los carniceros que llegaban al barrio cuando su identidad estaba marcada por la presencia de los canteristas y picapedreros.

“Me acuerdo de toda la gente que iba a trabajar a las canteras. El horario era de 8a 11 y media, y de 2 a 6 de la tarde, en verano o en invierno”, recordó Paoletta. En el mismo sentido, Chato también evocó los barrenos, explosiones que solían hacer temblar el piso de las viviendas.

Como en Cerro Leones y La Movediza, también en Villa Laza la cultura picapedrera comenzó a declinar con la llegada de nuevas formas de explotación industrial de la piedra. Y como gran parte de la ciudad, el barrio se transformó.

En la actualidad existen diferentes iniciativas ciudadanas que buscan resguardar la historia barrial, como el proyecto de Extensión de la Unicen Barrios de Piedra, y el grupo de teatro comunitario Araca -coordinado por Carolina Giovanini, también de la zona-, que junto a vecinas y vecinos del lugar crearon la obra “Ma, sí, cruzá el Macadán”. La memoria de estos barrios pioneros de Tandil tiene un peso particular en un presente marcado por el debate sobre la preservación de las sierras, donde cobra un valor fundamental el vínculo cultural, político y ambiental que los picapedreros mantenían con el patrimonio natural serrano local.

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