Una multitud recorrió las sendas del Calvario para celebrar la vida, muerte y resurrección de Cristo
En el clásico Vía Crucis de la Familia, los tandilenses recorrieron las estaciones de piedra para revivir el trayecto de Jesús. Personas de todas las edades se unieron en el rezo, pidieron por los más necesitados, la familia y por Francia. Además, se refirieron a las contradicciones de estos tiempos, con respecto a la orientación sexual y la libre expresión.
Miles de feligreses se congregaron en las bases del Monte Clavario de la ciudad para transitar las 14 estaciones en el tradicional Vía Crucis de la Familia, para revivir los momentos de Jesús de Nazaret desde su iluminación hasta su crucifixión y sepultura. En vísperas de esta Semana Santa e iluminados por las antorchas y la constante compañía de la luna, metros y metros de personas serpentearon el sendero de piedra.
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“Ven hermano y cántale a Cristo, a ese Cristo joven que un día nos redimió. Haz de tu amor una plegaria o un simple canto alegre que el Señor escuchará”, cantaron los fieles mientras aguardaban el inicio del recorrido.
Invocando a recordar las intenciones del Papa Francisco y del Obispo Hugo Manuel, inició uno de los actos primordiales de Semana Santa. Pidieron por Francia, por las vocaciones sacerdotales y religiosas, por los enfermos, por los que no pudieron llegar al lugar y los que más necesitan.
Por altoparlantes, recordaron a los presentes que es la cruz la que les enseña a mirar al otro con misericordia y corazón, sobre todo a aquel que sufre. “¿Estás dispuesto a abrir tus brazos como Jesús en la cruz?”, invitaron a reflexionar. Seguidamente pidieron a María ayuda para aprender a sufrir con valor y esperanza y comenzaron a entonar las estrofas de “Virgen de la esperanza”.
Seguir los pasos de Jesús
Exactamente a las 20.20 arrancó “en el nombre del Padre, del hijo y del espíritu Santo”, el Vía Crucis. En la primera estación, con la condena de Jesús a muerte, hablaron sobre aquella sentencia recibida tras haber anunciado ser el hijo del Todopoderoso. El cura de aquel entonces y gran parte del pueblo determinaron que merecía la muerte por semejante blasfemia.
La interminable fila de fieles avanzó hacia la segunda estación, casi susurrando “Amar, morir por los demás y así vivir, y no volver atrás”. Allí, ya Jesús con la cruz a cuestas, fue vestido con un manto púrpura y coronado con la aureola de espinas, mientras algunos lo golpeaban y se burlaban de él.
“Necesitamos caminar hacia lo profundo de nuestro ser, hacia la verdad, saliendo de nuestra comodidad. Hagamos vida en nuestra familia”, oraron.
Bajo las estrellas y abriéndose paso entre la rusticidad del monte, los tandilenses se redimieron entonando “perdón por aquellos ojos que al buscar los míos no quise mirar”. Así, a paso lento y meditabundo se detuvieron en cada una de las estaciones. A medida que ascendían, la ciudad parecía tener la misma serenidad que la gente.
Al evocar la primera caída en su camino a la crucifixión por el peso de la carga, recordaron cómo los hombres que lo escoltaban lo golpeaban e insultaban. Días atrás, Jesús ya les hablaba a sus 12 apóstoles sobre su muerte, pero ellos no querían asumirla. Entonces, los rezos se unieron en pedir participar del reino mediante el compromiso a llevar la cruz de la propia pobreza. “Sé nuestro amparo, ayuda y fortaleza. Sé nuestra luz y esperanza”, rogaron.
Las recapacitaciones también se centraron en la dificultad de amar cuando hay tanto que perdonar. Fue inevitable mencionar el paso a paso de María a lo largo de aquel Monte Calvario, intentado llevar calma a los demás mientras sufría. A pesar de todo lo que le hacían a su hijo, amó y perdonó. “También nos tiene que perdonar y rescatar a nosotros”, pidieron y luego los músicos y coristas de la Parroquia del Carmen acompañaron, como en toda la ceremonia, con la canción “María mírame, que si tú me mieras, él también me mirará”.
La familia y las contradicciones
Las antorchas serpenteaban por la oscuridad del camino como si fueran luciérnagas dentro del cerro. Otro gran número de personas, que no acompañaron el recorrido, optó por acercarse directamente a los pies de Cristo crucificado, dejando sus velas, plegarias y rosarios como camino hacia esa gracia tan buscada.
Muchas familias se acercaron con sus niños para que vivencien el camino vida, muerte y resurrección de Cristo. Algunos se instalaron en lo alto a compartir unos mates calentitos, rodeados por las luces de las velas que fueron dejando los fieles a lo largo del día.
Allá por la séptima estación, cuando Jesús cae por segunda vez, advirtieron sobre las contradicciones de estos tiempos, aduciendo que en la actualidad los niños y jóvenes deciden sobre su sexo y también delinquen. Alertando que atacan los símbolos religiosos como acto de demostración de la libre expresión. Para salvaguardar estas situaciones actuales, antepusieron la fortaleza de la familia como modelo de sociedad a perseguir, “aunque la ataquen”.
“Cuando se habla de la familia surge algo mágico que atrae a escuchar, cada uno reflexiona y compara con la propia”, sostuvieron, y aseguraron que ese núcleo junto a la Iglesia es “lo único real”. “Cuando no hay casa para volver nos dejamos caer y morir”, enfatizaron.
Café, tortas y mucha fe
Mientras las primeras filas empezaron a llevar a los pies de la enorme cruz, abrigados y unidos, una cantidad de feligreses todavía aguardaba en las bases del Monte Calvario para insertarse en el sendero de piedra. Tal era la cantidad de gente envuelta en la fe, que el silencio resonaba más fuerte que las mismas oraciones.
Como cada año, los grupos de estudiantes se dispusieron a vender tortas, pizetas, te y otras bebidas. El olor a café que ofrecían los futuros egresados en las escalinatas resultaba más tentador que al comienzo.
“Que los jóvenes encuentren su apoyo en la familia y su camino a le verdad”, fue la reflexión que enmarcó el momento. Allí oraron también por los ancianos que son relegados de la sociedad por no generar ingresos económicos.