Cuando un amigo…
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Será que mi sensibilidad se me está escapando de las manos, pero no puedo evitar sentir algo parecido a la pena cada vez que me encuentro con un paraguas despanzurrado abandonado en la vía pública.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailEn los días posteriores a la feroz tormenta del sábado pasado vi tres. Uno era azul con blanco y había sido abandonado en la vereda, junto a un árbol. También uno negro azabache, en una cuneta y el tercero, en la gama de los bordó dentro de un contenedor.
Los tres tenían su porte, por así decirlo. No eran esos paraguas de origen asiático, diminutos, precarios, que ante la primera tormenta se nos desvanecen entre las manos. Eran paraguas con cierta prestancia, sobre todo el negro: un clásico, varonil, que habrá tenido sus mejores días, justamente, en los peores días. Los otros dos, también: con su presuntuoso mango curvo, de madera maciza, algo más femeninos, pero también de una pretérita elegancia.