La ceremonia del té
Entró a la cocina y sonrió (se sonrió para sí, es decir, se pensó con una sonrisa sin necesidad de dibujarla en la cara) al ver que dentro de la bacha no había platos ni copas ni ningún otro elemento para lavar. Recién entonces recordó que había cenado afuera.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailTomó la pava “silbadora” y puso el pico casi dentro del caño de la canilla (para determinadas cosas no le gusta calentar el agua en la pava eléctrica. Ella cree que el gusto es distinto. Le fascina tener teorías indemostrables y a su vez también irrefutables). Contó hasta seis y supo que esa cuenta representaba los cuatro segundos necesarios para tener la cantidad suficiente de agua. Abrió la llave de paso del gas y el comando de la hornalla trasera derecha en el mismo instante en que con su mano izquierda accionaba el encendedor de cocina; ambas llamas fueron una por un segundo. Por fin, puso la pava sobre el fuego.
Cada uno de esos movimientos los hizo sin pensar. Desde hace más de veinte años repite cada día la misma rutina. Recién entonces se apoyó de espaldas contra la mesada para darse lugar al primer pensamiento del día: qué ropa ponerse para ir al trabajo. Para ello necesitaba saber el clima. No apeló al celular, la radio ni a la tele: miró por la pequeña ventana que da al patio. Sobre la pared del fondo, las plantas del cantero siempre le dan la respuesta: si una mañana soleada, si mucho viento, si demasiada humedad, si fresco, frío o calor.
