Transnistria, el país que no existe pero funciona como si lo hiciera
Un viajero argentino recorrió Transnistria, una república separatista no reconocida entre Moldavia y Ucrania. Allí todo remite a la Unión Soviética, desde las estatuas de Lenin hasta los menús de los restaurantes.

La mayoría de los mapas no lo muestran. Naciones Unidas no lo reconoce. Sus fronteras son invisibles para el mundo, pero muy reales en el terreno. Transnistria es un país no oficial que se autodenomina “República Moldava de Pridnestrovia”, una franja de tierra congelada en el tiempo, entre Moldavia y Ucrania, donde aún late el corazón estético y simbólico de la extinta Unión Soviética.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailHasta allí llegó Maximiliano Bagilet, un viajero rosarino que recorre Europa del Este y el Cáucaso. Durante siete días exploró Tiráspol, la capital, y distintos pueblos del interior. “Es como estar en la URSS sin haberla vivido. Todo —desde las calles hasta la comida— parece detenido en los años 50”, relató en diálogo con un reconocido medio nacional.

Entrar a Transnistria es una experiencia peculiar: no hay sellos en el pasaporte, pero sí un ticket que funciona como una visa temporaria. Aunque se trata, oficialmente, de territorio moldavo, todo allí remite a un país propio. Tiene presidente, bandera, ejército, moneda (el rublo transnistrio) y hasta control militar en sus fronteras.
“La arquitectura, los bustos de Lenin, los murales y hasta la ropa de la gente parecen sacados de un museo soviético. Pero funciona. No está destruido ni empobrecido como uno podría imaginar. Es limpio, seguro y ordenado”, explicó Maxi.
En Tiráspol se encontró con cafés que aún exhiben afiches originales de la URSS, restaurantes temáticos ambientados como en tiempos soviéticos, y parques públicos con tanques, aviones y estatuas de guerra que conviven con la vida cotidiana.
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Sin Google ni tarjeta
Más allá del aspecto estético, la vida moderna en Transnistria tiene restricciones: no se aceptan tarjetas de crédito, la conectividad es limitada, las redes sociales están parcialmente bloqueadas y Google Maps no es confiable. Para ubicarse, Maxi tuvo que recurrir a Yandex Maps, una app rusa.
“Todo es importado. No hay industria local. Las casas se alimentan de lo que cultivan y crían. Me hospedé con familias que me sirvieron vino y comida hecha en casa. Es todo muy básico, pero muy auténtico”, detalló.
El gasto total por una semana fue de 500 dólares, incluyendo hospedaje, traslados y comida. “Lo más caro es comer afuera, pero sigue siendo más barato que cualquier ciudad europea”, agregó.

¿Qué queda de la Unión Soviética?
Según Maxi, Transnistria es más que una rareza geopolítica. Es un espejo del pasado. “No hay lujo, ni pobreza visible. Todos tienen lo justo. No ves mendigos ni inseguridad. Podés caminar solo de noche sin miedo. Pero también cuesta mucho comunicarse: casi nadie habla inglés y hay poca población joven”.
El viaje, reconoce, no es para cualquiera. Pero para quienes buscan una experiencia distinta, Transnistria ofrece una postal viva de la historia que no se enseña en las aulas.
“Es un país fantasma que no existe, pero donde todo funciona como si existiera. Me costó moverme, entenderlo y hablar con la gente, pero fue una de las aventuras más únicas que viví”, concluyó Maxi, que ya visitó más de 80 países.