Enfoque
Fake news, periodismo de guerra y otras yerbas -A propósito de Majul –
Por Diego Araujo
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Escribo estas palabras con la prudencia que imponen cierta categoría de temas donde la sólo mención de los mismos excita sus anticuerpos de forma prematura, y donde a partir de allí, se hace difícil mantener el hilo de la discusión.
Y es que ensayar una crítica, por ejemplo, a un gobierno ligado inexorablemente a una religión determinada conlleva la necesidad inmediata de aclarar que no es la religión precisamente lo que se cuestiona sino sus gobernantes, que por otra parte las más de las veces usan la religión como paraguas para desviar las críticas a su gestión. Y entonces, allí la discusión se torna dificultosa pues ahora, quien opina deberá demostrar que no está vinculado a ninguna organización terrorista, que tampoco sus antepasados lo hicieron, que en su juventud no formó parte de ningún grupo “anti”, y además que tampoco trabaja asociado a ninguna institución gubernamental ajena cuya religión inherente es considerada adversaria histórica de aquella otra.
Hoy aquí me refiero al ejercicio del periodismo y su relación con el poder, y como sus límites se hacen en ocasiones tan delgado que la esencia de su protección se difumina. Dicho con otras palabras, cuando aquellas reglas y principios que rodean a la actividad, y que la hacen tan respetada, noble e importante para la salvaguarda de la libertad se trastocan, alterando definitivamente su esencia, ya queda poco y nada que proteger.
De manera tal que cuando aquella persona que trabaja de comunicador social en un medio, reniega del respeto a la verdad, o a perseguir la objetividad de una noticia, y en vez de ello se coloca en un lugar donde agita intencionalmente opinión con información, generando confusión a favor de determinado interés, es dable pensar y sostener razonablemente que aquel velo de protección estaba para otra cosa.
Reparar en ciertos principios que hacen a la actividad, representan una garantía para la libertad de acción del periodista porque le permiten defender sus criterios frente a las presiones externas, no sólo es correcto para el análisis sino necesario; porque de lo que se trata en muchos de los casos en que se cuestiona tal empleo de la profesión, no es precisamente la resistencia a las presiones externas, sino la amalgama –poco ingenua- con ellas.
No obstante, hasta este punto sólo podemos hablar de un apego más o menos estricto a ciertas reglas supremas del periodismo y su esencia. No por nada, el poder y la influencia social de los medios han provocado en todos los tiempos el deseo de control de la información desde ámbitos como el político o el económico.
Y no ha sido extraño tampoco, cómo a lo largo de los años muchos medios han sido permeables a ese control, o aún más, aprovechado ese poder de manera venial.
Pero cuando ya no hay límite alguno, la interrelación de poderes desaparece, y con él ya no hay principio rector que valga. Sólo queda su sombra para usarla de escudo frente a críticas razonables del ejercicio de una actividad, que nada tiene de periodismo; una actividad a veces con visos delictual al afirmarse sobre una acción ilícita e intolerable en un sistema que se precie de democrático y republicano.
Y al final viene la aclaración tan mentada al comienzo. En definitiva, como expresaba Mill ( John Stuart Mill, Sobre la libertad, Alianza editorial, Madrid- 2017 ) “muy pocos hechos son capaces de decirnos su propia historia sin necesitar comentarios que pongan de manifiesto su sentido”. Al criticarse al periodista Majul no se ataca la libertad de prensa, ni mucho menos la de expresión. Difícilmente pueda hallarse un bien tan preciado para la libertad, como la libertad de expresión.
Sin embargo tampoco puede ignorarse que así como un ingeniero, abogado, contador, puede abusar de su ciencia para cometer un delito, no hay obstáculo alguno para pensar que un periodista pueda colocarse en tal lugar.
En definitiva, si bien podemos afirmar que periodismo y delito son teóricamente incompatibles, es sin embargo perfectamente posible que una persona que ejerza el periodismo pueda erigirse en un delincuente.
Y en ese caso la única defensa que merece, en un sistema respetuoso de los derechos fundamentales de las personas, es la defensa penal.