¿Qué hacemos con Alex?
Hoy se ganó el protagonismo en los diarios. Fue noticia en las crónicas policiales. Pero ayer también era citado en las páginas del periódico, por otras circunstancias. Era destacado en la sección deportiva.
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¿Qué pasó en el medio? La droga, ese flagelo que atraviesa generaciones y estatus sociales y sigue arruinando vidas propias y ajenas. No hay megaoperativo policial ni sanción punitiva que detenga una epidemia de la que muchos actores sociales, judiciales, hablaron y fueron acechados por un Estado que ante la impotencia opta por criticar a los que exponen el drama, pero poco dice y hace sobre la evidencia de instituciones colapsadas y un sistema que hace agua por todos lados.
“Quedó detenido por el violento robo a un remisero”, es el título de hoy. “Los jóvenes tandilenses que buscan triunfar en el fútbol grande”, era el de ayer, allá por enero de 2017, cuando en estas mismas páginas se lo nombraba como una de las jóvenes promesas del fútbol doméstico que emigraba por un sueño y que ahora vive una pesadilla.
Alex ya no corre detrás de una pelota, está tras las rejas y por el delito endilgado tendrá por un buen tiempo bajo esa condición. Asaltó a punta de cuchillo a un remisero y en el atraco lo hirió.
Alex Algañaraz en abril cumplió la mayoría de edad (18). Su breve pasado alude a una vida sana, ligada al fútbol, muy alejado de lo que es un prontuario. Pasó por varios clubes, se formó en Grupo y participó en la selección juvenil. “Lateral derecho. Rápido para pasar al ataque y ordenado para defender. Este año –se decía hace dos años en esta Diario- comenzará su primera pretemporada en Mar del Plata, donde defenderá la camiseta del Tiburón (Aldosivi)”.
No se supo más de él hasta ayer por el parte policial, aunque sus padres sí sabían que su hijo se les había escapado de las manos. Estaban desesperados e impotentes. De un tiempo a esta parte se bandeó. Las malas juntas y la falopa hicieron estragos, dirían con resignación ante los actores judiciales en pos de asumir la responsabilidad penal y desnudar un drama que surca a familias enteras, sin fronteras ni escalas sociales.
Si no que lo cuenten los judiciales civiles y penales, personal sanitario. Están acosados en sus labores por la creciente demanda de vecinos enfermos por la adicción y maniatados por un sistema que no da respuestas. Ante la falta de salidas, de redes de contención, se termina en la faz punitiva, el último eslabón que no soluciona nada, apenas corre el “riesgo” de la escena y se lo deposita en la olla a presión que resulta el sistema penitenciario.
Se subraya que Alex es el botón de una muestra cada vez más cruel. Un triste caso de los tantos que pululan por los pasillos del sistema sanitario, del CPA, de las iglesias hasta llegar a las oficinas judiciales, donde tampoco cuenta con mayor margen de acción más allá de la sanción penal. Si se quiere imponer una internación no hay lugares. Es un enfermo, pero no se lo puede socorrer como tal, entonces la cárcel.
Con Alex sus padres intentaron todo lo que tenían a su alcance tras anoticiarse de su adicción que no lleva más de un año. Fue internado y tras un breve paso se lo externó del sistema de salud público. Pasó al CPA, pero a criterio de los que allí trabajan (saturados por la demanda y priorizando lo que consideran más conflictivo) se le concedió entrevistas y tratamiento ambulatorio. Tampoco sirvió. Se apeló a una iglesia evangélica y un pastor trató de contener, pero no alcanzó.
La droga fue más fuerte que todos los voluntariosos intentos por sanarlo. Alex terminó delinquiendo factiblemente en pos de seguir saciando su adicción. Ahora quedó atrapado en el sistema penal por un tiempo. Cómo salga de allí y qué será de su futuro nadie se anima a pronosticar más que lo peor. Apenas el alivio cual suspiro del resto de los mortales de saber que por un tiempo no incomodará a un sistema que se acostumbró a tapar lo inevitable, hasta nuevo aviso.
“No amerita criterio de internación”
Como se dijo, no es el único ni el último caso. Se `puede citar otro “cliente” del sistema en el que los actores judiciales se debaten qué hacer con él. Está detenido por violencia de género y en su historial reza un diagnóstico contundente: es alcohólico crónico. Se trata del apresado Julio Aguinaldo, conocido por ser un gran laburador de la construcción, pero también conocido por su adicción. Se emborracha y se transforma en un sujeto muy violento al punto tal de poner en riesgo la vida de quien era su mujer y sus hijos.
Una vez apresado, se quiso suicidar en los calabozos. Intentó colgarse del cuello con una sábana pero la intención mortal fracasó. Ante el fallido intento reiteró la escena con una frazada hasta que el guardiacárcel lo advirtió y lograron evitar el fatal desenlace. Lo llevaron al Centro de Salud Mental para su atención y los profesionales de la salud se desligaron del caso con un diagnóstico singular: “No amerita criterio de internación”. En efecto, un hombre que es alcohólico y peligroso para sí y para terceros, con actos suicidas, no merece ser internado.
Cada cual atiende su juego. Todos se lavan las manos. Y si no que lo digan las pujas cotidianas entre judiciales y médicos a la hora de revisar un detenido y/o informar sobre las causales de una muerte (una médica transita una causa penal por incumplimiento de los deberes de funcionaria pública por no confeccionar el informe de un joven fallecido por muerte natural).
Dicen que en la Defensoría Civil están abrumados por la demanda de vecinos y los familiares de esos vecinos que piden socorro. Solicitan un lugar para atender la enfermedad que pone en riesgo las –sus- vidas. Pero no hay respuestas. No hay lugar donde internarlos.
Julio como Alex, como otros tantos tandilenses, seguirán el derrotero judicial penal hasta pasar el olvido por un tiempo, una vez ubicados en una unidad penitenciaria. Más luego, de no ocurrir un milagro que los saque de su adicción, morirán o matarán. Está cantado pero a nadie le importa, hasta que los roce. Hasta una nueva crónica policial.