La violencia en los adolescentes: ¿Cuánto más vamos a mirar para otro lado?
El jueves pasado, un hecho de extrema violencia nos sacudió a todos los tandilenses: un grupo de jóvenes golpeó brutalmente a un hombre dormido en la calle. Las imágenes de la agresión recorrieron las redes, generando indignación y desconcierto. Pero la pregunta que me quedó retumbando con fuerza es: ¿realmente nos sorprende? La violencia entre adolescentes está más presente de lo que queremos admitir. No sólo en los episodios brutales que llegan a los titulares, sino en las aulas, en los pasillos de los colegios, en los grupos de whatsapp dónde se gestan ataques invisibles pero muy destructivos.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailEs una violencia cotidiana, solapada, a veces disfrazada de “broma”, pero que destruye poco a poco a quienes la padecen. Lo más preocupante es el efecto que tiene este tipo de acoso en la autoestima de los jóvenes. Le apagan la alegría y destruyen la confianza en sí mismos. ¡Y las familias? ¿Qué estamos haciendo como padres? No alcanza con señalar a los adolescentes agresores y condenar sus actos si no miramos más allá.
¿De dónde viene tanta ira, tanta necesidad de destruir al otro?
La violencia no surge de la nada. Se gesta en hogares donde la indiferencia, el resentimiento, y el maltrato son moneda corriente. Se alimenta en familias donde no se enseña empatía, donde el abuso se minimiza o donde la impunidad es un derecho adquirido.
Las familias de los agresores tienen una responsabilidad enorme. No se debe justificar, se debe intervenir. Esos chicos necesitan más que sanciones escolares: necesitan educación emocional que les enseñe lo que no aprendieron en casa. Ignorar el problema sólo los condena a repetir patrones de violencia en su adultez.
Las instituciones educativas deben asumir su responsabilidad. No se trata solo de enseñar contenidos, sino de formar ciudadanos, de garantizar espacios seguros donde cada adolescente pueda desarrollarse sin miedo. La violencia no se combate con silencio ni con indiferencia. Se enfrenta con educación, límites claros y acciones concretas.
Cuidado con la reacción de los mansos
Como adultos, podemos racionalizar nuestros impulsos. Pero cuando nos tocan lo más sagrado—nuestros hijos—el instinto nos invade, nos arrastra al rincón más primitivo donde la justicia toma la forma de ira. Sentimos en las entrañas el deseo de hacer lo que no corresponde, de vengar esa situación de angustia e impotencia. Pero como adulto llega la razón, los límites culturales, los valores, la moral y la ética.
Y los adolescentes… ¿Cómo procesan todo esto? ¿Dónde depositan su miedo, su impotencia, su bronca? ¿Qué les pasa por la cabeza cuando ven que nada cambia, que los agresores siguen ahí, burlones, sin enfrentar consecuencias? Porque esa bomba de emociones se va cargando día tras día, con cada insulto en los grupos de whatsapp, con cada golpe en el patio, con cada profesor que mira para otro lado.
Y si no encuentran contención en su hogar, si en lugar de escuchar apoyo y contención, les dicen: “Mandálo a la mier…”, “Pegale una piña, así no te jode más”, “Aguantátela”, ¿Qué opción les queda?
Necesitan saber que ejercer violencia tiene consecuencias. Que si alguien es víctima de agresiones, verbales o físicas, habrá respuestas reales, sanciones efectivas, adultos que intervienen con firmeza. Porque si seguimos ignorando el problema, un día ese adolescente que siempre agachó la cabeza, el que soportó en silencio, explotará. Su ira contenida puede convertirse en algo mucho más grande que la violencia que recibió. Ya lo hemos visto.
Los adultos estamos fallando en nuestra tarea de proteger, guiar y contener. Ya no podemos seguir esperando que los chicos resuelvan solos algo que claramente no pueden manejar. Es hora de reaccionar. Es ahora. No después.
Silvia Archuby
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