Carmelo Tripodi: ¿Asesino a sangre fría?
TODO FUE A CONSECUENCIA DE DICHOS NEGATIVOS Y FALSOS, PRODUCTO DE LA MALEDICENCIA, QUE ANIDARON EN LA MENTE CRÉDULA DE CARMELO ENRIQUE TRIPODI, INDIVIDUO IMPULSIVO CON PERSONALIDAD PSICOTICA.

Ambos eran compañeros de trabajo en la Usina Popular y Municipal. Además, socios en el establecimiento industrial TEA (Talleres Electrónicos Argentinos), ubicado en calle Maritorena 30. Salinas era el administrador y Tripodi, a quien algunos se encargaban de “calentarle la cabeza” recelaba de su conducta en la conducción del negocio. No así Fernando del Toro, Carlos Vener y Ernesto Montenegro, cuñado de Tripodi, otros de los socios, que no le daban importancia a las murmuraciones malignas. Lo cierto es que esta situación anómala fue creando un clima artificial de acusaciones fuera de lugar, capaces de denigrar e infamar.
En una oportunidad Salinas le vendió a Salvi 400 kilos de cobre. Y parece que esa operación no satisfizo al socio desconfiado, quien decía que él los había pesado y eran 600. “Cervantes nos está comiendo”, se le escuchó decir. Y la desconfianza se acrecentó aún más cuando Salinas estacionó de pronto en la puerta del negocio un Auto Unión recién comprado. No faltó quien se acercara al oído de Tripodi y le dijera con ironía: “Me parece que tenés razón, che… este tipo nos está tragando”.
Totalmente obsesionado, Tripodi pidió una reunión con Salinas para aclarar la situación e invitó a concurrir a los demás socios. A la hora del planteo, sin embargo, frente al administrador solo estaba quien veía poco claros sus procedimientos empresarios.
-Vos te quedaste con la plata del cobre que le vendiste a Salvi, comenzó acusándolo el socio desconfiado.
-Eso no es cierto-replicó el acusado.
-¿Cómo no es cierto?. Yo me tomé el trabajo de pesarlo y eran 600 kilos.
-¿Cómo podés acusarme sin tener pruebas?..
Tripodi abandonó el lugar por un instante regresando luego.
-Además –prosiguió diciendo –la compra del DKW la hiciste con plata de la empresa.
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Accedé a las últimas noticias desde tu email-Esto no te lo voy a permitir –reaccionó el administrador, ubicado detrás de su escritorio, mientras se levantaba del asiento. Fue el momento en el que Tripodi, fuera de sí, extrajo de entre sus ropas una pistola Bersa calibre 22 y le efectuó cinco disparos. La víctima acusó el principal impacto en la zona inguinal derecha, caminó unos pasos y se desplomó junto al escritorio.
Ayudado por Del Toro y Montenegro que estaban trabajando en un tablero de dibujo allí cerca, Salinas fue sentado en una silla mientras se requería atención médica. Dado el ruido de la máquina con la que se desempeñaba Vener, no había podido escuchar la discusión y tampoco los disparos; advertido por sus socios, sin embargo, acudió rápidamente para colaborar.
Eran las 17:15 del martes 4 de julio del año 1967.
Rápidamente auxiliado, el herido fue conducido al Sanatorio Tandil donde ingresado a la guardia, poco después salía de ella el médico Juan Bab para anunciar: “Ya no hay nada que hacer… lamentablemente, ha fallecido a consecuencia de la hemorragia.”
Dos de las balas habían impactado en los brazos, la tercera -que había sido mortal- a la altura del pliegue inguinal derecho, afectándole la arteria femoral.
El asesino, en tanto, luego de lavarse las manos ensangrentadas, tomó asiento en una silla y esperó la llegada de la policía, apoyando la cabeza en sus manos. “Este –balbuceaba- no va a morir esta vez, pero tengo dos balas más para liquidarlo”. Cuando más tarde se enfrentó al Subcomisario Melquíades Belloc de la Comisaría Segunda, el homicida le preguntó preocupado: ”¿Lo maté o no lo maté?”
Nueve meses más tarde, se procuraba aclarar el episodio en juicio oral realizado el 25 de abril del año 68 en la Cámara de Apelaciones del Departamento Judicial de Azul.
“Yo no fui aquel día con intenciones de matarlo. Solo quería pedirle explicaciones por su conducta en el manejo de la fábrica”, comenzó diciendo Tripodi ante el Tribunal, presidido por el Dr. Amílcar Casado e integrado, además, por los doctores José María Maceira y David Mario Cordeviola.
Quedó evidenciado en el transcurso de las deliberaciones, que uno y otro protagonista del sangriento suceso gozaban de excelentes antecedentes y eran sumamente estimados y que solo diferencias comerciales habían conducido al crimen. Además, que el asesino había comprado el arma cinco meses atrás y que la había llevado en el momento del encuentro por precaución pensando que también Salinas pudiera estar armado.
Las pericias contables realizadas a la empresa, por su parte, determinaron la falsedad de las imputaciones. Una de las audiencias, asimismo, sirvió para marcar un exceso del Dr. Guillermo Pellegrini, quien tuvo a su cargo la defensa del autor del hecho y que la víctima no merecía. En su afán de favorecer al matador, llegó a decir, sin ningún sustento: “Salinas se quedó con la plata de la familia Tripodi. Ahora en Tandil le harán una estatua, pero será una estatua con pies de barro.”
El Fiscal Dr. Enrique Luppi trató de demostrar el carácter agresivo de Tripodi, su afición al juego, su personalidad paranoica susceptible de la desconfianza, refiriéndose, además, a otros aspectos de índole privada.
Luego de una falta de coincidencia en el informe médico psicológico sobre el homicida (“para mí no es un psicópata; es un paranoico”, opinó el Dr. Enrique Caldentey. “Para mí es un individuo impulsivo con personalidad psicópata”, consideró el Dr. José María Ducca) el Tribunal entendió finalmente que Tripodi había obrado solo por la ira y el rencor y con un deseo inconfesable de venganza. Mientras el Dr. Casado se pronunció por aplicar al matador la pena de 8 años, los doctores Maceira y Cordeviola se inclinaron por 11 años. Y como éstos eran mayoría, Carmelo Enrique Tripodi fue condenado por ese término como autor penalmente responsable del delito de homicidio simple.
Cervantes Salinas había sido dirigente del club Ferrocarril Sud y concejal electo por el Socialismo Democrático.