Un estallido infernal en una noche silenciosa y fría
La fría y silenciosa noche invernal solo era interrumpida, cada tanto, por la ronda policial o el taconeo de algún muchacho trasnochado que iba o venía de la tertulia sabatina, de algún café o de un prostíbulo.

Si bien canteristas y ladrilleros ejercieron en su momento el predominio de la violencia para alcanzar sus objetivos gremiales, los panaderos no se quedaron atrás, permitiéndonos registrar varios hechos que, como los cocheros de otros tiempos, dejaron su huella en el quehacer gremial. Hubo épocas en que los mayoritariamente proclives a dilucidar los conflictos en forma violenta, se abrían paso arrojando bombas de alquitrán contra los negocios, sucediéndole la más dura, de bombas con dinamita e hierros recortados y de algún incendio intencional que también lo hubo. Como ocurrió con la panadería Del Pueblo cuando era de Gorostieta y Vela, la más antigua de la ciudad fundada por Juan Fugl, ubicada en 9 de Julio y Maipú. Se llegaba también, en algunos casos, a la agresión personal sin medir las consecuencias. Como aquella cuando Salvador Borresio resolvió la disputa a tiros contra Alfredo Calvo, Ricardo Alonso, Carlos Donato Martínez, Domingo Guida y Florencio Segali. La reyerta no arrojó más que una herida que experimentó Segali en la mano izquierda y otra que acusó Martínez en la pantorrilla del mismo lado.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailO como aquella otra protagonizada por dos patrones panaderos en el Bar Victoria en San Martin al 600. Hasta allí llegó una noche Ramón Laghier, quien interrumpió la partida de billar que apuraba en ese momento Carlos Ferrari con otro contertulio, invitándolo a salir a la calle. Cuando poco después respondía a la invitación abandonando el lugar, Laghier retrocedía unos metros hacia el medio de la calle, en dirección oblicua, para hacerle un disparo que fue a dar en los vidrios de la puerta, que se desplomaron estrepitosamente. Parapetado en la misma puerta, Ferrari contraatacó la agresión con su revólver. De los dos disparos que efectuó, uno pegó en el parabrisas del auto de Laghier, cuando éste se aprestaba, presurosamente, a poner distancia.
Disputas de similares características hubo unas cuantas que se desarrollaron durante algunos tiempos, reiteradamente, sin arrojar mayores inconvenientes que los derivados de las balas zumbando las cabezas.