“Querido señor, ¡fuera de la Iglesia no hay salvación!”

(Francois-Marie Arouet -Voltaire-, historiador y filósofo francés,1694-1778)
Recibí las noticias en tu email
Accedé a las últimas noticias desde tu emailPocos hombres en la historia han producido obras literarias de la variedad, cantidad y valor como Voltaire. Sus temas abarcan la filosofía, política, economía, física, matemática, teatro, poesía, historia, novelas, educación, sociología, arte y, con especial mordacidad e ironía, libelos contra todo lo que no le gustaba. O contra quienes no le gustaban. O contra los que tuviese algún conflicto ideológico o de cualquier tipo de intereses. Fundamentalmente, contra todas las religiones e iglesias que conocía. Católicos, judíos y musulmanes fueron blanco de sus diatribas por igual.
Amigo de reyes en cuyas cortes participa en forma privilegiada -tales como Luis XV de Francia y Federico II de Prusia– pero de donde debe huir cuando se malquista con ellos.
Educado en un colegio jesuita –su familia era de buena posición económica–, rápidamente se hace de amigos libertinos. Adhiere a las ideas liberales de Locke, el empirismo y el positivismo. Ve a la sociedad inglesa como modelo digno de imitar por Francia.
Sus peleas lo llevan a veces a exiliarse y también a ir a la cárcel.
En cierta oportunidad, la disputa por los favores de una dama con un noble aristócrata lo ofenden de modo tal que Voltaire lo reta a duelo. Pero para el miembro de la nobleza francesa, el ofendido no tiene rango como para tener con él un lance caballeresco y lo rechaza. Voltaire lo persigue insistiendo, hasta el punto que su enemigo, con mucho poder e influencia, lo hace encarcelar varios meses en La Bastilla.
Como figura relevante de la Ilustración, defendía tenazmente el empleo, la razón y el conocimiento por parte de los gobernantes y su pensamiento influyó en varios reyes de la época que la historia reconocería como el Despotismo Ilustrado, tales como Catalina de Rusia, Carlos III de España o José II de Austria. Aunque disputa duramente con otra figura de la Ilustración, Rousseau, pues este creía –en oposición a sus ideas- que el hombre era bueno por naturaleza pero los factores de la sociedad y sus reglas lo envilecían.
A los dineros que producían sus propiedades sumaba los obtenidos por sus obras, los fondos que le proporcionaban los nobles y reyes amigos. Se transforma en un hombre riquísimo, sosteniendo que era la mejor forma de ser absolutamente libre. Y en vinculación con un amigo matemático, Charles de Condamine, logra aprovechar un error en el sistema de loterías y alcanzar con ello una gran fortuna.
Defendía con pasión la tolerancia y atacaba ferozmente a la Iglesia Católica, a quien acusaba precisamente de fanatismo intolerante.
Una anécdota conocida relata que comentando la pérdida de fuerza y predicamento del catolicismo en la Francia de su época, le inspira la siguiente reflexión: “Esto es lamentable. ¿De qué nos vamos a burlar?”.
A lo cual, uno de sus interlocutores le señala, conociéndole bien, que no le iba a costar hallar otros blancos para sus burlas. Lo que a Voltaire le hace replicar con evidente ironía:“Querido señor, ¡fuera de la Iglesia no hay salvación!.
A diferencia de lo que se puede imaginar, Voltaire no era ateo sino que luchaba contra lo que el veía como fanatismos, fuese cristiano, islámico o judío, practicando una especie de “deísmo”. Pero creía en Dios. Lo que demuestra en sus escritos.
“El astrónomo que observa los movimientos de los astros, establecidos según las leyes de las matemáticas más profundas, debe adorar al Eterno Geómetra. El físico que investiga un grano de trigo o el cuerpo de un animal debe reconocer al Eterno Artesano. El hombre moral que busca un punto de apoyo en la virtud debe admitir la existencia de un Ser tan justo como supremo. Así, Dios es necesario al mundo en todos los sentidos, y podemos decir: ‘Si Dios no existiera, sería necesario inventarlo’".
Construye, en su retiro pues no podía volver a París, una iglesia para los pobladores de Ferney que lleva la inscripción “Deo erexit Voltaire” (Voltaire erigió esto a Dios), naturalmente con la “humildad” que lo caracterizaba.
Posiblemente una frase suya, escrita poco antes del final, refleje lo que realmente deseaba y creía: “Muero adorando a Dios, amando a mis amigos, no odiando a mis enemigos y detestando la superstición”.