HABITAT Y CONCIENCIA
Los abrazos y el contacto físico amoroso desde el nacimiento, motores para un desarrollo saludable del cerebro
La comunidad neurocientífica en general ha confirmado que alrededor del 90 por ciento del desarrollo del cerebro de los niños tiene lugar antes de los cinco años. En ese proceso que comienza en el útero y continúa hasta la edad adulta, la masa gris evoluciona constantemente pero lo hace a un ritmo mucho más rápido durante los primeros 1.000 días de vida que en cualquier otro momento.
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En esas primeras etapas el órgano es más “plástico” o “flexible”, lo que significa que tiene una mayor capacidad para observar, adaptarse y aprender nuevas habilidades y destrezas, desde reconocer la cara de los padres hasta hablar o caminar.
En todo ese tiempo, el afecto, el contacto corporal y la amorosidad juegan un rol fundamental en el desarrollo emocional de una persona, y de la salud en su conjunto.
Hace poco, el 21 de enero, se celebró el Día Internacional del Abrazo, gracias a un psicólogo estadounidense que en 1986 encontró la manera para que las familias y la gente se animara a dar más demostraciones de afecto, sabiendo de todos los beneficios que ello conlleva entre tanta rutina de estrés.
Al explicar sobre la importancia y trascendencia alcanzada, el creador de la fecha afirmó que abrazar aporta seguridad a quienes son parte de él, sobre todo en bebés, entregándoles la confianza necesaria. Sumado a ello, el placer de generar dopamina y serotonina que el cerebro segrega; ya que con ello se reduce el estrés e incrementa la calma.
El abrazo es una de las demostraciones típicas de cariño y que probablemente constituye la manera más sencilla de conectar con nuestros seres queridos y promover su salud. Así como envolver con los brazos al otro, las distintas formas de contacto (tomarse de las manos, acariciar y abrazar) también favorecen para que las infancias crezcan de una forma más saludable, feliz, inteligente y conectada con quienes los rodean.
Qué dice la ciencia
Se sabe que la piel es el órgano más grande de nuestro organismo y precisamente actúa como defensa contra el mundo exterior. Además, a través de ella nuestro cuerpo recoge datos sensoriales para compartirlos con nuestro cerebro, entonces cuando el cerebro procesa el tacto positivo, libera la conocida oxitocina (más conocida como la ‘hormona del amor’), así como endorfinas, que favorecen los sentimientos de felicidad.
Estas hormonas, tal como afirman los estudiosos, ayudan a generar confianza, acelerar la curación física, estimular las emociones positivas y a calmar el sistema nervioso. También crean sentimientos de seguridad y brindan beneficios tanto a quien abraza como al que es abrazado.
Por lo tanto, incluso si el lenguaje principal con los hijos no es el contacto físico, recomiendan conveniente incorporar este tipo de atención en la vida de un niño, según lo permita, “porque cada uno es diferente y tendrá, en consecuencia, diferentes necesidades”.
A raíz de esto, Gabriela García González, educadora y experta en desarrollo personal integral para mujeres y niños, explicó por qué las demostraciones de afecto directas tienen un impacto tan grande en ellos y cómo pueden ayudar a progresar para un crecimiento saludable, fuerte, activo y emocionalmente consciente.
El poder de abrazar a los niños
El poder del abrazo, del tacto, va más allá de ser un mero apoyo para potenciar el vínculo entre padres e hijos, sino que es de gran importancia en el desarrollo infantil y un gran estimulador en todos los momentos de la vida.
“La primera experiencia de un bebé con el mundo se produce a través del tacto, que aparece en el útero a partir de la semana 16. Este sentido es esencial para el crecimiento de un niño en las habilidades físicas, las cognitivas, el lenguaje, la empatía emocional e incluso en su sistema inmunitario”, precisó la experta sobre su potencialidad en el desarrollo.
Asimismo, tiene mucha incumbencia en el incremento de la inteligencia y así lo demostraron desde la Universidad de Washington al comprobar que el tamaño del hipocampo era superior en los niños que habían recibido más abrazos con frecuencia durante los primeros años de vida. Cabe señalar que esta parte del cerebro resulta vital para el aprendizaje, la memoria y la respuesta al estrés.
En el caso de la inteligencia emocional, que recibe un gran estímulo ante un abrazo, García González recordó que el tacto es el primer sentido que adquiere el feto y resulta primordial a lo largo de toda la vida. También juega un papel esencial en la aparición, y fortalecimiento posterior, de los vínculos emocionales y la empatía.
“La empatía es la capacidad de imaginar cómo se siente otra persona en una situación particular y responder con cuidado. Por lo tanto, si deseamos criar a un niño emocionalmente consciente, es importante que reciba contacto físico afectuoso. Esto le ayudará a desarrollar empatía, conexión social y resiliencia", asentó en sus publicaciones.
Por otro lado, reconoció que con frecuencia, después de un largo y duro día de trabajo, incluso los adultos agradecen un abrazo reconfortante, por ende los niños los necesitan igualmente y buscan los componentes sanadores emocionales de este gesto de cariño.
En todos, los abrazos y el contacto positivo aumentan los niveles de dopamina y serotonina, lo que puede mejorar su estado de ánimo y aliviar los síntomas de la depresión.
Como si fuera poco, este gesto de cariño resulta “una excelente manera de mostrar de manera tangible la conexión humana y mejorar la autoestima”. Indicó que contribuyen a asegurar a los más chicos que son amados y hace que crezca en ellos un sentido de confianza en sí mismos y una mentalidad positiva. “Estas asociaciones de autoestima y confianza permanecen con ellos hasta la edad adulta”, garantizó.
Como último ítem, pero no menor, abrazar reduce el estrés porque conducen directamente a niveles más bajos de cortisol. El tacto también puede actuar como un agente calmante para aumentar los niveles de endorfinas, que reducen la frecuencia cardíaca y la presión arterial. Asimismo, libera serotonina y dopamina en el cerebro, los llamados neurotransmisores ‘felices’, que producen una sensación de calma en nuestro sistema nervioso.
En resumen, abrazar con frecuencia a los hijos, a los niños, a las personas, tiene efectos especialmente positivos tanto en el cerebro como en el cuerpo. “El contacto físico no solo ayuda a sentirse seguros y amados, además, resulta crucial para la salud y desarrollo”.
Desde la piel hacia adentro
Para el Día de los Abrazos, la neuropsicóloga pediátrica Carina Castro Fumero posteó en sus redes un punteo muy claro de lo que ocurre entre quienes se abrazan:
- Los corpúsculos de meissner son unos receptores de la piel que perciben la temperatura, las caricias lo que entra por el tacto.
- Apenas recibimos un abrazo, estos se activan y envían señales eléctricas al cerebro para que interprete el estimulo.
- Al ser interpretado como una muestra de amor, la glándula pituitaria produce una reacción química y descarga oxitocina, que desencadena sentimientos de calma, amor y generosidad.
- Hoy sabemos que los abrazos a través de todo este pasaje disminuyen la frecuencia cardíaca, la presión arterial y el cortisol en sangre.
- El cortisol es lo que producimos cuando estamos estresados y entre más oxitocina tenga el cerebro menos cortisol tendrá.
- Como somos seres químicos y eléctricos, que a pesar de que todo se da muy rápido, la frecuencia y la duración del estímulo hacen la diferencia.
- Entonces, entre más veces abracemos y más tiempo duremos crearemos redes neuronales más fuertes de tranquilidad, calma y bienestar.