Se hacía el muerto para poder vivir
Para evitarse los dolores de la impecunia, se acostaba en un lecho de pinchos para dormir tranquilo en una cama después. Además, dejaba su trabajo de faquir para ayunar; es decir, dejaba de comer para poder más tarde seguir comiendo, en una tenaz lucha en procura de los bifes.
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Sesenta años casi han transcurrido del día aquel en que llegó a Tandil Blackman Juniors. Un raro personaje que hacía cualquier cosa para poder vivir. Comenzó aquí tragando sables y acostándose semidesnudo sobre
clavos de punta, en el bar y confitería "La Posta", ubicado en Pinto al 600. Poco después, en sociedad con
un tal Núñez y un tal De Leo -muy avispados, por cierto, en ese tipo de negocios- se encerró en un sarcófago de vidrio rodeado de serpientes y arañas, solo vestido con un turbante y un taparrabo, con barba dirigida a
sus pies recogidos, como esos enigmáticos personajes del Ganges, ofreciendo la paradoja de no comer, para poder comer.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailLa gente creía y no creía, pero iba para comprobar que no comía. Y pagaba su entrada para ayudarlo a comer después. Había quienes iban a distinta hora, sobre todo de la madrugada, y lo espiaban para saber en qué momento salía en procura de los bifes, o le acercaban las papas fritas o el cordero asado. O le "relojeaban la
busarda" para ver como estaba. Y la muchachada se deleitaba no solo contemplándolo, sino admirando también la incomparable belleza de su mujer, quien colaboraba alcanzándole agua cada tanto y alentándolo a través de una separación de no más de dos centímetros entre las planchas de vidrio que lo protegían.
Por allí también le hablaban algunos muchachos traviesos, que habían apostado a perturbarlo para que abandonara el intento de permanecer así durante treinta días como se proponía.