Acompañar en el final de la vida: la conmovedora carta de una voluntaria del equipo de Cuidados Paliativos
La carta de Soledad. Un último tejido, y la certeza de que "solo no se puede".
Soledad es voluntaria del equipo de Cuidados Paliativos del Hospital Municipal Ramón Santamarina. En la jornada realizada durante la mañana del miércoles 8 de octubre, compartió una emotiva carta titulada “Una experiencia personal sobre acompañar el final de vida”, que a continuación se transcribe.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailHace un año atrás, antes de comenzar el voluntariado, el miedo era mi único compañero. Una serie de preguntas resonaban en mí de forma inevitable.
¿Podré mantener mi presencia ante el dolor y el sufrimiento ajeno? ¿Seré capaz de respetar el silencio? ¿Qué encontraré al cruzar esas puertas?
La verdad es que allí estaba, ante la intimidad de mi primer hogar, como quien se tira la pileta sin saber si hay agua. En mi cabeza, las dudas eran más fuertes que las respuestas. Allí empezó un viaje sin destino ni recorrido definido, pero que ha despertado en mí una profunda gratificación que aún me cuesta describir.
Lo siento en el cuerpo, en las risas, en las lágrimas, en un dolorcito en el pecho, ante lo inevitable de la muerte y en el inmenso respeto por la oportunidad que tengo cada día de vivir. Son los silencios que calan hondo los que me han mostrado una y otra vez la vulnerabilidad de los seres humanos.
Mi camino me llevó a conocer a una persona que encarnó el significado de la esperanza hasta el último instante. La observé postrada, pero entusiasmada, tejiendo un pequeño objeto destinado a un ser querido. Ese tejido era más que lana, era su último proyecto. Su autoestima, un puente entre su final de vida y el futuro, se convirtió en el tema central, abriendo el diálogo anécdotas, chistes y nuevos propósitos. Se estaba marchando, pero dejaba un legado palpable.
Recuerdo el día que me que me pidió apresurar el tejido. Por un lado, sentí una alegría inmensa al ver su entusiasmo. Por otro, detrás de mi risa, era evidente el deterioro físico y la proximidad de su muerte. Salí de allí y lloré. Las preguntas regresaron, ¿Debería ayudarla para que pudiera terminarlo a tiempo o acaso estaría interrumpiendo su propio proceso?
Comprendí, entonces, que lo más importante no era el objetivo final, sino la vivencia de ese momento presente. El propósito se escondía en el acto de tejer, en la espera y en la conexión, no en la meta. Estas vivencias y otras muy personales me han demostrado que la vida puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Estoy convencida de que cada persona y cada situación que se nos presenta no son casualidad, sino una oportunidad de aprendizaje que nos transforma.
Este voluntariado me ha dado la certeza de que solo no se puede, que necesitamos siempre de un otro. Somos a partir de la voz y la presencia de un otro desde que nacemos. Asumo este compromiso con la seriedad de un trabajo, pero con la pasión del amor desinteresado.
Esta tarea no solo me ha obligado a replantearme mis principios y valores, sino también a hablar del final de la vida sin miedo. Hoy sé que no estoy allí para cambiar el proceso de nadie ni para juzgarlo, sino simplemente para acompañar, estar y ser presencia en la ausencia de palabras o seres queridos.
La verdad es que somos nosotros, los voluntarios, quienes aprendemos y recibimos muchísimo más de lo que brindamos. Agradezco profundamente a cada persona que me recibió en su hogar por recordarme que la empatía existe y que, con amor y respeto, el recorrido de este viaje siempre es mejor. No buscamos modificar el proceso ajeno, solo se trata de estar allí, sin más, con un corazón abierto.
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