El vestido rojo de la abuela
Relatos de estudiantes de 6to año de la Orientación en Comunicación del Colegio Ayres del Cerro. Los mismos se trabajaron en el Taller de Producción en Lenguajes coordinado por la profesora Gabriela Ballarre.
:format(webp):quality(40)/https://cdn.eleco.com.ar/media/2025/10/vestido_rojo.jpeg)
(Los nombres de las personas mencionadas en esta crónica fueron modificados para resguardar su intimidad).
Recibí las noticias en tu email
Accedé a las últimas noticias desde tu emailLa casa de mi abuela siempre olía a pan casero y a nostalgia. En su ropero había un rincón sagrado: un vestido rojo, guardado en una bolsa de tela, que nunca se usaba pero jamás se tiraba. Desde que tengo memoria, ese vestido fue un misterio. Y esta es la historia que descubrí detrás de él.
Todo empezó un domingo de invierno, mientras ayudaba a mi abuela Clara a ordenar su habitación. Al sacar una caja polvorienta del ropero, ella se detuvo en seco y me dijo: “Ese no lo abras todavía”. Y, claro, eso fue suficiente para que mis ganas explotaran. Unos días después, en una charla más tranquila, le pregunté por el vestido rojo. Su mirada se perdió por unos segundos, como si viajara en el tiempo. Me contó que ese vestido fue el que usó la última vez que vio a su hermana Isabel, antes de que emigrara a España en los años 70.
La historia que siguió parecía sacada de una novela: mi abuela y su hermana eran inseparables, pero un malentendido familiar las distanció. En una fiesta de fin de año, ambas usaron un vestido muy parecido. La gente comenzó a compararlas, y lo que empezó como un chiste terminó en una discusión tan fuerte que Isabel decidió irse del país. Nunca volvieron a verse en persona. Solo hubo algunas cartas al principio, luego silencio.
El vestido quedó como símbolo de esa noche: el último momento juntas, el recuerdo intacto. “Nunca pude tirarlo”, me dijo mi abuela, acariciando la tela. “Es lo único que me quedó de ella”. Para confirmar lo que me contaba, busqué entre sus cartas antiguas y encontré una de Isabel, con sello español, donde le pedía perdón y decía que, aunque no se animaba a volver, pensaba en ella cada día.
Ese vestido rojo no es solo una prenda. Es un pedazo de historia familiar, una herida abierta y un puente entre dos hermanas que el orgullo separó. Hoy sigue guardado en su ropero, como un recordatorio silencioso de lo que fue y de lo que todavía puede sanar.
Más de 143 años escribiendo la historia de Tandil