Una estancia, cuatro generaciones, una historia
Relatos de estudiantes de 6to año de la Orientación en Comunicación del Colegio Ayres del Cerro. Los mismos se trabajaron en el Taller de Producción en Lenguajes coordinado por la profesora Gabriela Ballarre.
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Evangelina Otero.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailTodo comenzó en 1963, cuando la familia Arbilla decidió comprar el campo La Florida, en la zona de El Chaltén, Santa Cruz. Lo que parecía ser un nuevo proyecto de vida y de trabajo, pronto se vería atravesado por los vaivenes de la historia y los conflictos limítrofes de la región.
Un tiempo después de su llegada, un episodio inesperado marcó para siempre la memoria familiar. Carabineros chilenos se presentaron en el puesto de la estancia e izaron la bandera de su país en el mástil donde flameaba la argentina. Mi bisabuelo, Ricardo Arbilla, se acercó al lugar a hablar con los chilenos para que se retiraran, ellos le propusieron un acuerdo el cual Ricardo rechazó. Luego se fue a un campo vecino a hablar con autoridades para notificar el episodio. Esa denuncia derivó en un enfrentamiento en el que perdió la vida un carabinero.
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El destino de la estancia cambió de golpe. El gobierno argentino decidió expropiar las tierras para establecer allí una avanzada del ejército y gendarmería.
Para 1965 la familia decidió marcharse y durante largos años se instalaron en otros puntos de la provincia.
Mi abuelo, Alberto Arbilla, nunca dejó de soñar con el regreso. Cada recuerdo en La Florida mantenía la esperanza de recuperar aquello que sentía parte de él.
Finalmente en 1986, luego de trámites interminables, contratiempos y con apenas una ocupación provisoria que luego se transformaría en título de propiedad, la familia pudo volver a tener en sus manos una parte del campo, que Alberto llamaría Ricanor, por Ricardo, su padre y Norma, su hermana.
Fue mucho más que un acto administrativo. Era una historia, un lugar en el mundo.
La intensidad del momento marcó a todos, especialmente a mi madre, Roxana, quien decidió escribir todo lo que había sucedido, solo para tener un recuerdo en el futuro. Aunque luego su propósito sería rendirle un homenaje a su padre, quien tuvo la oportunidad de leer tan solo un borrador de los hechos. No fue solo un tributo, sino también dejar testimonio de lo que se vivió, se sufrió y de lo que se logró, para que nadie olvide.
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Hoy, cuatro generaciones después, Ricanor sigue siendo un espacio cargado de historia y significado. Es símbolo de memoria, resistencia e identidad familiar.
Es un lugar que aún se disfruta, que abre sus paisajes al presente pero que, al mismo tiempo, guarda en cada rincón las huellas de un pasado que no debe perderse.
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