"Estamos desapareciendo de la tierra, no obstante, no puedo pensar que seamos inútiles o Usen (Dios) no nos hubiera creado. Él creó todas las tribus de hombres y tenía ciertamente un propósito honrado para crear a cada una. Para cada tribu de hombres que Usen creó, también hizo un hogar. En la tierra creada para cada tribu particular colocó lo mejor para el bienestar de esa tribu. Cuando Usen creó los apaches, también creó sus hogares en el oeste. Les dio el grano, las frutas y animales de caza, como lo que necesitaban comer. Para restaurar su salud cuando la enfermedad los atacara, Usen hizo crecer diversas hierbas. Les enseñó donde encontrarlas y cómo prepararlas para medicina. Les dio un clima agradable y todo lo que necesitaban para vestirse y abrigarse estaba al alcance de la mano. Así fue en el principio: los apaches y sus hogares, cada uno creado para el otro, fueron hechos por Usen. Cuando son sacados de estos hogares se enferman y mueren".

Quien dijo esto fue Gerónimo, uno de los caciques indios más temidos y buscados por los gobiernos de México y de EE.UU. Para cuando dejó sentado esa manera de ver y entender el mundo ya estaba en cautiverio, ya se había rendido ante el gran jefe blanco (el gobierno norteamericano) y se había convertido al cristianismo, aunque nunca renegó de sus creencias ancestrales.

La rendición del guerrero apache, el 4 de septiembre de 1886, marcó el fin del último alzamiento guerrillero indígena en Estados Unidos. Luego de su rendición, alrededor de 300 chiricahuas fueron embarcados al Fuerte Marion en Florida. Un año después muchos fueron reubicados en cuarteles militares en Alabama, donde más de un cuarto de ellos murieron de tuberculosis y otras enfermedades.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, Gerónimo llevo a cabo una guerra despiadada contra los rostros pálidos, que le convirtió en un héroe para los suyos y un maldito para los blancos.

Los diarios de entonces de Arizona y Nuevo México describían a los apaches como “despiadados asesinos y torturadores de hombres, mujeres y niños" y que "lo mejor que se podía hacer para acabar con ese problema" era "emprender una guerra de exterminio para así limpiar el sudoeste de esas alimañas y convertirlo en un territorio apto para la civilización blanca". Una opinión no muy distante de la que tenían algunos de nuestros notables de por entonces.

El nombre de Gerónimo era Goyaalé, “el que bosteza". Su vida había cambiado para siempre en 1851 cuando una partida del ejército mexicano arrasó con un campamento apache donde sólo había mujeres y niños porque los hombres habían ido a vender pieles a un pueblo. Entre los muertos estaban la mujer, tres hijos y la madre de Gerónimo.

Ese día juró venganza y tuvo una visión: sería invencible ante las armas del enemigo. Y así fue, a lo largo de décadas de enfrentamiento con el ejército norteamericano fue herido en varias oportunidades, pero en todas sobrevivió.

Se le atribuyó entonces el don de hacer encasquillar los rifles del ejército o de hacerse inmune –él y quienes cabalgaban con él- a las balas enemigas.

Finalmente, y cansado de dar batalla, junto a un grupo 16 guerreros, 14 mujeres y 6 niños se rindió ante el general Nelson Miles.

La condición que impuso Gerónimo fue que su tribu fuera llevada a su tierra. A cambio, prometió abandonar las armas. El acuerdo entre Gerónimo y Miles fue sellado en una piedra, en señal de que iba a ser eterno.

El gobierno norteamericano no aceptó el pacto y los indios se encaminaron a más de 25 años de cautiverio, alejados de su tierra natal. Se deportó a todos los apaches a Florida, donde fueron diezmados por la tuberculosis.

Gerónimo murió el 17 de febrero de 1909, como prisionero de guerra, y jamás regresó al hogar tradicional de su tribu en las montañas. El último rebelde de los pueblos originarios del norte del continente había sido engañado.

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