¿Te pasó alguna vez que perdiste algo que querías mucho y te cuesta aceptar que lo perdiste?

Puede ser cualquier cosa, no te digo un diamante que sale una fortuna. Te hablo de algo más de todos los días, algo que ni siquiera se sabe cuánto vale. Por ejemplo, ¿cuánto vale un reloj? Vas a internet y ponés la marca, el modelo y te fijás lo que piden. Algunos están diez lucas, otros cinco…

Pero a vos jamás se te dio por buscar porque nunca se te cruzó por la cabeza venderlo. Capaz que era el reloj de tu viejo, que cuando eras pibe –a la edad en que te empiezan a gustar los relojes- se lo pedías prestado para ponértelo un ratito, bien sujetado a la muñeca no fuera a ser cosa que se te cayera y lo rompieras. Y un buen día, tu viejo te lo dio, te lo regaló.

-¿En serio, papá?

-Sí, dale. ¿No te gustaba?

-Me encanta, pero…

-Bueno, agarralo. O si querés te compro otro.

-No, qué otro. Me gusta este.

Y ese día sos el pibe más feliz del mundo. Y el otro también y el otro… Porque un reloj está ahí, siempre, lo sentís cuando dejás caer el brazo y se desliza suave hasta que vuelve a encontrar su lugar en la muñeca. Por más que no mires la hora en horas sabés que está, abajo de la manga del pulóver.

Te digo un reloj porque mi viejo tenía un Seiko de esfera negra y malla de acero que siempre me encantó. Y no sé qué fue de ese reloj cuando él murió.

Algo así te digo; puede ser un anillo, una medalla, un libro. Algo que solo vos le das el valor que tiene. Valor, no precio. Valor en el sentido de amor.

Y un día lo perdés.

¡¿Cómo que lo perdés?! Sí, cosa de locos. No está por ningún lado. Te lo sacaste para ducharte, ponele, lo dejaste en el mismo lugar de siempre… O se te abrió la trabita mientras dormías como te pasó otras veces, pero entre las sábanas no está.

Das vuelta la casa para buscarlo, le preguntás a todos, en el laburo, entre los amigos, en la canchita, revisás cajones, mochilas viejas, en los bolsillos de camperas que no usás hace mil años.

Los primeros días son terribles, porque no te lo podés sacar de la cabeza. O sea, la vida sigue: tenés que trabajar, atender tus cosas, manejar, hablar con la gente, hacer los mandados. Pero una parte de tu cabeza te dice o pregunta ´¿dónde está?´. Y con los días, la pregunta puede cambiar -´¿dónde lo habré perdido…?´. Miles de preguntas: ´¿se me habrá caído cuando cambié la goma del auto?, ´¿me lo habrán choreado sin que me dé cuenta?´, ´¿lo habré guardado tan bien que no me acuerdo dónde?’, ´¿y para qué lo iba a guardar…?´.

Con el tiempo, la vida –o esa parte de la vida- es como una gran ausencia. Pero parece mentira, a la vez sentís que está ahí, debajo del pulóver, cuando bajás el brazo y se desliza suave la malla de acero por la muñeca. Y ni hablar de las veces que doblás el brazo izquierdo para mirar la hora. O sea, es una tremenda ausencia que sin embargo parecer estar ahí. Falta verlo, pero el reloj es como que está.

De tanto en tanto, cada vez más de tanto en tanto, encarás de nuevo la búsqueda: el cajón de la mesita de luz, el mueble del baño, las mochilas, las camperas. Siempre aparece un lugar donde no habías buscado: ´ya sé: abajo del almohadón del sillón, donde una vez fue a parar el control remoto y lo busqué como dos meses…´. Pero no. Casi que se te vuelven a caer las lágrimas como el primer día. Hasta te acordás el día, ese maldito día en que lo perdiste.

¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que lo aceptes? Ni idea. Es un proceso, como dicen los psicólogos cuando hablan de otras cosas. Una tarde te diste cuenta de que ya no te cuidás de no pasar cerca del marco de la puerta como hacías antes, para no golpearlo. Por ahí al tiempo en lugar de mirarte la muñeca desnuda, sacás el celu para ver la hora. O hacés esto de buscar en internet para ver si encontrás uno parecido, pero terminás desistiendo. Puede ser el mismo, pero no es lo mismo.

Como sea, de a poco vas a aceptando que no lo vas a tener nunca más. Tarda en llegar ese día y cuando llega es conmovedor. O desgarrador, no sé bien cuál es la palabra. El día, el momento, en que decís ´no está más. No lo voy a tener nunca más…´.

Bueno así: hoy hace tres años que perdimos al Diego.

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