Viajes

Ayer, en este mismo espacio, confesé uno de mis gustos no caros: cuando me agarra la modorra quiero subirme a un colectivo de larga distancia, sentarme en alguno de los asientos del fondo y dejarme llevar. Por el sueño y por el chofer. Donde ellos dispongan.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailNo recordé una de mis últimas experiencias viajando en micro de noche. Debía estar a la mañana en La Plata, de manera que tomé el Río Paraná de la una y pico. Pensé que iba a ser el único pasajero, pero me equivoqué: éramos varios. Deseé que nadie se sentara junto a mí, porque no quiero socializar, pero tampoco quedar como un antipático. De manera que si me tocaba alguien con ganas de hablar seguramente iba a tener que seguirle la conversación. Al menos por un rato.
Por suerte, el asiento de al lado quedó liberado. Por un rato. No habíamos terminado de salir de Tandil cuando se me apareció por el pasillo un oso; detrás, una mujer.