Cimbronazo
La decepción es un sensación horrible. Para otorgarle una categoría, diría que es la muerte de la expectativa.
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Seguramente en algún momento de nuestras vidas todos hemos degustado ese sabor amargo que deja el desengaño o, probablemente, causamos ese efecto en un paladar ajeno.
A veces se desilusiona sin querer. Otras, queriendo. Cualquiera sea el caso, el defraudado padece las cicatrices del descreimiento y comienza a rumiar el dolor de la incertidumbre. Al menos hasta que aprende.
Hoy nuestro país no es una nación confiable. Tal vez lo sea aún para quienes pisamos su suelo y buscamos dejar huella. Quizá no lo represente para quienes necesitan nutrirse de la convicción de que podrán resguardar su futuro en esta tierra, y la falta de conductores idóneos, ya no la vislumbran como destino.
Repasando los últimos hechos que convulsionaron la semana, en principio diría que este sentimiento inundó a todos y cada uno de los que mantienen la esperanza sobre las coordenadas del rumbo que eligieron nuestros gobernantes.
Días atrás habló Mauricio Macri y pidió confianza. Le alcanzaron poco más de dos minutos para describir el devenir económico de la Argentina. Se despachó con el corazón y los mercados, le contestaron con el bolsillo.
El dólar continuó batiendo récords. El peso logró depreciarse casi un ciento por ciento en lo que va del año y por primer vez en la historia nuestra moneda, en términos nominales, vale menos que la uruguaya. Los ciudadanos de a pie volvimos a hablar a diario de la divisa.
Marchas y movilizaciones coparon las calles. Hubo aulas vacías por medidas de fuerza.
Manifestaciones por la educación y la salud pública. Trabajadores del ámbito judicial también sumaron sus reclamos sectoriales. Ningún gremio cerró paritarias.
Los docentes universitarios tomaron simbólicamente rectorados. Masivamente encauzaron su voz y sus pasos. La CGT hizo lo propio y anunció un paro por 24 horas. La CTA mostró tener el orgullo más grande, y convocó a una huelga que se extenderá día y medio.
Quedamos inmersos en un espiral que ostenta en uno de sus extremos una galopante inflación y en el otro una devaluación pavorosa y mientras las soluciones rebotan entre estos costados, el diario transcurrir de la economía doméstica no encuentra herramientas para hacer frente al magro salario que quedó desfasado.
Se escuchó de todo. Se susurró otro tanto. Y no faltaron por supuesto, los miembros del club del helicóptero que salieron a mansalva a pedir pista. Actitud irresponsable de quienes disfrutan de sembrar el caos en momentos en que la salida no se trata de hélices batiendo el aire. Al menos esto lo aprendimos.
Mal que nos pese, los argentinos ya estamos acostumbrados a la decepción aunque muchos imbuídos en una profunda fe, prefieran esperar la llegada de un mesías que con su báculo venga a separar las aguas y muestre el camino de la salvación.
Una realidad profética, ya vivimos. La podemos compartir, desdeñar o hasta añorar. Pero lo que no podemos ignorar son las consecuencias de haber vivido en esa realidad.
No sé si algo de esto volverá a ocurrir pero tampoco podemos precipitar los hechos. Quienes hoy toman las decisiones, deben seguir su curso, porque así lo determinó el pueblo y es responsabilidad de todos lograr que ese mandato sagrado se cumpla.
Una vez más y van, habrá que resistir el cimbronazo aunque las espaldas ya estén fatigadas de tanto castigo.
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