¿Qué es la extensión universitaria y para qué sirve?

*Por Daniel Herrero
Recibí las noticias en tu email
Accedé a las últimas noticias desde tu emailMuchas personas conocen a la universidad pero desconocen la misión universitaria y su alcance. Para muchos la universidad es el lugar donde estudian sus hijos, se forman como profesionales y, a partir de entonces, inician una nueva etapa en sus vidas.
También la conocen porque en ella se investiga creando conocimiento que luego es transferido a la sociedad, aportando un sinnúmero de soluciones que mejoran la calidad de vida de la gente.
Pero las universidades tienen tres misiones fundamentales: la docencia, la investigación y la extensión. Esta última es la que retroalimenta a las otras dos, planteando un diálogo permanente con la sociedad.
Gracias a la extensión universitaria los planes de estudio con los que se forman profesionales se van actualizando a las nuevas realidades y la educación comienza a situarse en contexto, se crean novedosas carreras en función a nuevas demandas y se plantean nuevas líneas de investigación vinculadas con la realidad de cercanía.
¿Por qué entonces no conocemos a la extensión?
Posiblemente, porque es una función relativamente nueva. Incluso dentro de las universidades muchos aún no participan de ella.
Pensemos que en la universidad que conocemos, la enseñanza y la investigación tienen 1000 años de antigüedad y la extensión, así entendida, apenas 40 años. Si bien comenzó a gestarse con la Reforma Universitaria de 1918 y la gratuidad de los estudios universitarios de 1949, fue recién con el advenimiento de la democracia de manera ininterrumpida cuando comenzó a desplegarse en todas las universidades argentinas, e inicio un camino acelerado de profundización.
Sólo viviendo en democracia una universidad puede plantear canales abiertos y amplios de diálogo y trabajo conjunto con la sociedad. La historia reciente de nuestro país nos enseña que cuando la democracia se interrumpe, la extensión se interrumpe (aunque como sabemos, este no fue el único ni el peor daño que sufrieron las universidades durante las dictaduras).
Entonces, recapitulando, la universidad no solo forma profesionales, no solo transfiere conocimientos, no solo impacta e innova tecnológicamente; además forma para el trabajo, ayuda a la inserción laboral y desarrolla la capacidad de escuchar y reconocer saberes que están por fuera de la ciencia, identificar problemas y sectores de la sociedad que están por fuera de la universidad.
De pronto la universidad es habitada por nuevos conocimientos y personas. Ya no sólo se trata de miles de estudiantes que van detrás de sus sueños de graduación, son también miles de vecinos que entran a la universidad por distintas puertas. Asisten a talleres, estudian un oficio, arman su emprendimiento productivo, participan de una función de cine y debaten una problemática, aprenden a publicar un libro, a producir contenidos audiovisuales, o proponen desafíos culturales.
También ingresan a la institución buscando conocimientos actualizados; un laboratorio, libros, tecnología de punta, proponen articulaciones con otros niveles educativos, o encuentran un espacio donde plantear temas complejos y difíciles de resolver. La universidad también es el lugar de refugio y disfrute de muchos adultos en soledad, jóvenes que se forman en el deporte o como dirigentes sociales y de muchas organizaciones solidarias que buscan superarse o luchan contra la injusticia. Y por supuesto la universidad, como parte del Estado, es el lugar donde se articulan políticas público-privadas y propuestas de desarrollo territorial.
Este compartir diverso y sobre temas múltiples, con el paso del tiempo se convierte en decenas de cientos de proyectos conjuntos. Es un proceso que a la vez de enriquecer la vida de quienes lo atraviesan, inyecta realidad, contextualiza y humaniza a la enseñanza y a la ciencia, plantea dilemas éticos y nuevos desafíos, construye sentido social y hace que sintamos a la universidad como posible, más cercana o incluso dentro de nuestros hogares.
Claramente el financiamiento de la educación pública retorna a la sociedad en un sinfín de propuestas y de públicos.
Cómo hacer extensión, con quienes, dónde, para qué y cuándo son debates universitarios complejos. Pero la educación no es un tema de las instituciones. La educación es un bien social y público, un derecho de la ciudadanía toda. Así lo expresan las declaraciones universales y nuestra legislación.
Para quienes trabajamos en la universidad pública hacer extensión es una obligación laboral en muchos casos, y debería ser un compromiso curricular y de investigación que atraviese a toda la comunidad.
Hoy, como siempre, estemos atentos a los discursos que ponen en duda el valor de la educación pública o especulan con privatizarla, quizá aprovechando el clima de época. Levantemos la vara, debatamos cómo mejorar la educación pública y hasta cómo hacerla más eficaz, pero no cómo convertirla en un bien privado deshaciendo años de construcción colectiva.
Como ciudadanos responsables, seguir apostando por la educación pública es quizá la mejor herencia que podemos dejar a un país joven, que lleva apenas 40 años de vida en democracia y libertad, pero tiene una larga historia de lucha y conquista de derechos.
*El autor es secretario de Extensión de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.