De Tandil a Cracovia, el camino del primer argentino doctorado en la universidad más antigua de Polonia
El tandilense Mariano Pérez se graduó en Relaciones Internacionales en la Unicen y su carrera académica lo llevó a ser el primer argentino en doctorarse en la Universidad Jaguelónica de Cracovia, una de las más antiguas del mundo, por donde pasaron Copérnico y Juan Pablo II.

En 1996, cuando la Universidad Nacional del Centro abrió la carrera de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Humanas, Mariano Pérez decidió anotarse y ser de los primeros en cursarla. Su recorrido, casi tres décadas después, llegaría hasta una de las universidades más antiguas y prestigiosas de Europa.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailHijo del historiador Daniel Pérez y de la docente Haydeé Galotto, egresó del colegio San José y se sumergió en el ámbito de las relaciones internacionales. Con el paso de los años, se convirtió en el primer argentino -según pudo saber- en obtener un doctorado en la Universidad Jaguelónica de Cracovia (Uniwersytet Jagielloński), institución fundada en 1364 y considerada la más antigua de Polonia y una de las más tradicionales del continente. Por allí pasaron figuras de la talla de Nicolás Copérnico y el papa Juan Pablo II.
“Cuando terminé la licenciatura, seguí con una maestría en la Universidad del País Vasco en Cooperación Internacional al Desarrollo. Pero mi interés siempre estuvo puesto en cómo se internacionaliza una universidad, qué implica para la institución y, sobre todo, qué le sucede a la gente que atraviesa ese proceso”, explicó en diálogo con El Eco de Tandil.
El salto académico y cultural
En 2011 se abrió una ventana decisiva: la posibilidad de aplicar a un programa de becas de la Unión Europea. Aunque en aquel momento estaba vinculado a universidades italianas, eligió un destino distinto: Polonia. “Me parecía interesante el salto cultural. Además, en Argentina casi no había investigaciones sobre Europa Central y del Este. Era un enigma para nosotros”, señaló.
Su proyecto fue aceptado y en 2012 se instaló en Cracovia para comenzar un doctorado sobre el proceso de internacionalización de las universidades públicas argentinas durante una década. El inicio no fue sencillo. “El primer día de clases me echaron del aula porque no estaba en la lista oficial. Fue mi bienvenida. Pero con el tiempo, ese mismo profesor terminó siendo una de las personas que más me ayudó a comprender la cultura”, destacó.
La experiencia, que abarcó desde septiembre de 2012 hasta mayo del 2015, estuvo marcada por choques culturales profundos. “En Argentina el trato cotidiano es cercano, incluso efusivo. En Polonia, en cambio, hay una cautela que al principio uno siente como indiferencia porque de hecho es un paredón que no se puede saltar, sobre todo cuando venís de lugares de trato tan cercano. Con el tiempo descubrí que no era frialdad sino otra forma de relacionarse. En el trato cotidiano los polacos pueden parecer fríos, pero eso no significa que no estén dispuestos a ayudar cuando alguien lo necesita. Simplemente no es tan visible como en América del Sur, donde el vínculo es más espontáneo”, subrayó.
Esa distancia inicial puede resultar chocante para un extranjero, pero con el tiempo, sin embargo, descubrió otra cara de esa sociedad. “Cuando lográs entrar en la cotidianeidad de una familia polaca, el formato de hospitalidad es muy parecido al nuestro. Una vez que te invitan a su casa, pasás a ser parte de ella, y difícilmente te dejen ir sin cargarte de comida ‘para el camino’. En eso, las abuelas polacas se parecen mucho a las italianas: siempre insistiendo en que comas un poco más”.
Aprender polaco fue otra aventura. Aunque el doctorado se dictaba en inglés, decidió estudiar el idioma local y llegó a participar en dos obras de teatro en esa lengua. Una de ellas recreaba la leyenda del dragón de Cracovia, mito fundacional de la ciudad.
La vida cotidiana también implicó adaptarse a inviernos largos y oscuros, con apenas cuatro horas de sol por día. “Al principio impacta, pero descubrís que el frío no detiene nada: la vida cultural es impresionante, con conciertos y actividades en las plazas incluso a 15 grados bajo cero”, describió.

Entre la investigación y la familia
Durante esos años nació su primer hijo, Facundo. La noticia lo encontró aún en Europa, mientras su esposa, Adriana, que vivía con él en Cracovia, había regresado a Tandil unos meses antes. “El primer embarazo lo viví a la distancia. Cuando volví, él nació a los cinco días”, recordó. Después nacieron Agustín y Lucía, sus hijos más chicos.

La investigación avanzó entre dificultades académicas y burocráticas. El sistema polaco exigía aprobar tres exámenes habilitantes —filosofía, idioma y disciplina— además de la tesis. Y a ello se sumaron cambios legislativos, la pandemia y reestructuraciones institucionales que demoraron todo el proceso.
Recién en 2023 logró defender la tesis y convertirse formalmente en doctor. En abril de este año viajó nuevamente a Cracovia para recibir su título en persona. “Hasta donde pude averiguar, soy el primer argentino en doctorarse en la Universidad Jagielloński. Más allá del orgullo, para mí fue cerrar una etapa muy significativa en lo personal y lo académico”, afirmó.
Una mirada histórica
Más allá de lo académico, la experiencia le permitió observar de cerca las marcas que la historia dejó en Polonia. La experiencia cotidiana no puede desligarse de la historia que marcó al país. ““En Argentina solemos asociar ese país con el nazismo y Auschwitz, pero allá descubrí el peso que todavía tienen también la ocupación soviética y el comunismo. Es un tema muy presente, incluso más que el recuerdo del nazismo en algunos sectores de la sociedad. Visité la fábrica de Schindler y Auschwitz, lugares que condensan la memoria del nazismo. Pero lo que más me sorprendió fue descubrir el peso del comunismo soviético en la vida polaca. Para muchos mayores de 50 años, la molestia hacia Rusia es incluso más fuerte que el recuerdo del nazismo”, sostuvo.
Esa percepción tiene raíces profundas. “Tras la Segunda Guerra Mundial, los soviéticos ejecutaron a la oficialidad polaca y lo disfrazaron como crímenes nazis. Recién 15 o 20 años después se descubrió la verdad, lo que alimentó un sentimiento de desconfianza hacia Rusia que aún hoy persiste”, relata. Y refirió también un hecho más reciente: “El accidente aéreo de un avión oficial polaco en territorio ruso nunca fue esclarecido. Eso reforzó la idea de amenaza. Por eso la guerra en Ucrania se vive en Polonia con tanta preocupación”.

Legado familiar
En la actualidad, trabaja en la Dirección de Relaciones Internacionales de la Unicen y participa de un grupo de investigación, valorando la oportunidad de haber podido doctorarse y al mismo tiempo de haber puesto a la universidad pública argentina en diálogo con un espacio académico tan lejano y distinto. “Salir al mundo es siempre un aprendizaje. Lo diferente no es mejor ni peor: es simplemente distinto", remarcó.
Pero además, en su vida académica y personal aparece una raíz que se remonta a la historia familiar. “Uno arrastra muchas cosas también de sangre de familia. Y yo no puedo no mencionar que parte de haber llegado hasta donde llegué, independientemente de mi señora, de Adriana y de mis tres hijos, definitivamente viene de mis padres”, aseguró.
Su papá, Daniel Pérez, fue una figura clave en la creación de la Universidad Nacional del Centro. “Mi papá forma parte del ADN de la universidad porque fue parte del grupo que llevó adelante la existencia de la universidad”, recordó con orgullo.
La otra parte de esa herencia proviene de su madre, Haydeé Galotto, quien se desempeñó como directiva del colegio San josé durante muchos años. “Los dos en algún punto supieron enseñarnos, con cada uno de sus gustos, cómo seguir persiguiendo esto, en mi caso, de no abandonar la posibilidad de seguir preguntando, independientemente de que la pregunta no fuera simpática, de entender que era correcto seguir con lo que uno creía”, cerró.
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