Fantasmas y otras necesidades

Apagué las luces que dan a la entrada del auto y me senté sobre un tronquito que se salvó del fuego este último invierno. Me senté a esperar. Nunca se lo pregunté, pero estoy seguro de que la oscuridad lo atrae. No cualquier oscuridad, obvio; solamente aquella que esconde una sombra. En este caso, la mía. Mi propia sombra devorada por la oscuridad y sin embargo, presente.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailAl fin lo escuché entrar, arrastrándose entre las ramas del ligustro que hace de medianera con el baldío de al lado. En la penumbra se incorporó y se sacó las hojas y los abrojos que se les quedaron pegados al traje. Recién entonces, se acomodó las solapas y me vio.
-¡Pero será de dios, hombre! –se asustó. Era mi amigo El Fantasma-. Me va a dar un infarto o algo. ¿Se puede saber qué hace ahí, sentado al oscuro como si fuera yo?