“No podemos disociar la IA de la Soberanía Tecnológica”
Entrevista con Claudio Aciti, decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la Unicen, acerca de la situación actual en torno a la IA y la Soberanía Tecnológica.
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En un mundo donde la inteligencia artificial (IA) redefine los equilibrios de poder, transforma economías y reconfigura las relaciones internacionales, la capacidad de un Estado para desarrollar, controlar y orientar tecnologías críticas ha dejado de ser una opción para convertirse en una condición de supervivencia estratégica.
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Accedé a las últimas noticias desde tu email-¿Qué relación hay entre Soberanía Nacional y Soberanía Tecnológica?
-La soberanía tecnológica es la capacidad de un país para controlar el desarrollo, el uso y la orientación de las tecnologías que sostienen su economía, su producción de conocimiento y su vida social para esto hace falta formar especialistas capaces de desarrollar, comprender, auditar, mejorar y adaptar la tecnología a necesidades locales. Ambos tipos de soberanía son inseparables en un mundo donde la educación, la comunicación, la seguridad, la salud y hasta la producción industrial dependen de infraestructuras digitales globales, lo que implica ceder parte de la capacidad de decidir cómo queremos desarrollarnos.
-¿Qué impacto tiene no tener desarrollos nacionales en torno a la IA?
-Hoy en día, la IA ocupa un lugar central en la soberanía tecnológica. Ser desarrolladores de IA permite que un país controle su propio conocimiento, procese su información estratégica y tome decisiones basadas en datos bajo marcos éticos y regulatorios propios. La diferencia entre desarrollar IA localmente o depender de herramientas externas es decisiva para la seguridad digital, la defensa, la productividad y la protección de datos sensibles. Las inversiones globales muestran esta tendencia: Estados Unidos destina más de 100.000 millones de dólares al año a IA, mientras China supera los 30.000 millones en una estrategia que cruza industria, defensa y planificación estatal. En Europa se promueven modelos abiertos y regulaciones estrictas para garantizar que la IA responda a valores y derechos propios. Un país que no forma profesionales y no desarrolla capacidades propias queda obligado a aceptar algoritmos, sesgos y restricciones ajenos. Hoy en día también tiene poder quien controla los datos, el que desarrolla y tiene control sobre los algoritmos y quienes son propietarios de la infraestructura donde se guarda y se procesa la información. América Latina corre el serio riesgo de quedar relegada como usuaria de tecnologías externas y proveedora de recursos e información sin generar valor agregado. La pregunta es si queremos ser protagonistas del nuevo orden mundial o simples consumidores de tecnologías ajenas. El diseño e implementación de una estrategia nacional de inteligencia artificial es imperativo. Es por esto que Argentina debe ocuparse de la formación de profesionales en el desarrollo, uso y compresión de la IA. Actualmente, existe una demanda muy alta de ingenieros o programadores calificados en IA debido a la importancia que tiene el conocimiento en la cadena de valor.
-¿Qué papel cumplen las universidades en ese ecosistema?
-Las universidades son claves porque forman los profesionales que luego impulsan la ciencia, la industria y las políticas públicas. También nacen las investigaciones más profundas y arriesgadas, aquellas que definen la frontera del conocimiento y que suelen quedar fuera de la lógica de corto plazo del sector privado. Las universidades pueden transformar su producción científica en tecnología aplicada mediante programas de vinculación, spin-offs y proyectos con el sector productivo. Cuando el mundo académico, el Estado y el sector productivo trabajan en conjunto, surge un ecosistema capaz de generar tecnología propia y sostenerla en el tiempo.
-¿Qué desafíos enfrenta Argentina hoy en este camino?
-Argentina enfrenta desafíos significativos, a pesar de contar con una tradición científica sólida y un sistema universitario robusto. La inestabilidad en la financiación de la ciencia dificulta la continuidad de proyectos estratégicos y la consolidación de la poca infraestructura existente. La ida del país de profesionales y científicos debilita la inversión pública en formación y reduce la capacidad de competir en áreas de frontera. Sin embargo, el país tiene capacidades reales: grupos de investigación de alto nivel, universidades fuertes, trayectoria reconocida internacionalmente y un ecosistema emprendedor dinámico. Lo que falta es escala, continuidad y una estrategia de Estado que convierta ese potencial en soberanía tecnológica efectiva.
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