Todo fue quedando atrás. La época del Colegio San José a comienzos de los años veinte, el recuerdo grato de los buenos compañeros y el menos agradable de aquel fraile que lo hostigaba, para meterle en la cabeza aquello de la obediencia y la disciplina que él no entendía. 

Había llegado demostrarle a doña Sara, su madre -quien a costa de muchos sacrificios, lavando y planchando, le había costeado los estudios- que él era desobediente y revoltoso; pero también muy capaz de responder a sus afanes, a su esperanza de que el chico rebelde, inflamable como la pólvora, llegara a ser un hombre útil a la sociedad.

Apenas terminó cuarto grado, anduvo en tareas de muchacho ganando para comer y para los “vicios”; pero, siempre junto a gente de mal vivir. Por eso, el explosivo, el inflamable "Polvorita", como se le conocía, pronto torció el rumbo quedando en la mira de la policía. De la policía brava de aquel entonces.