Fermentados: pequeños aliados para una salud grande
No son una novedad. Acompañan a la humanidad desde siempre: el pan de masa madre, el yogur de nuestras abuelas, la sopa de miso en Japón o el kimchi en Corea son parte de culturas que entendieron que la fermentación no solo conserva alimentos, sino que los potencia.

En los últimos años, palabras como kombucha, kéfir o chucrut se pusieron de moda. Las vemos en góndolas de supermercados, dietéticas y hasta en bares de jugos. Pero detrás de la tendencia hay una realidad que la ciencia confirma: los fermentados son aliados valiosos para la salud intestinal y el bienestar integral.
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¿Por qué consumir fermentados?
Los fermentados aportan bacterias y levaduras vivas —los famosos probióticos— que interactúan con nuestra microbiota intestinal. Una microbiota más diversa se asocia con mejor digestión, mayor inmunidad, regulación del metabolismo y menos inflamación.
Además, durante la fermentación se generan ácidos, vitaminas y enzimas que mejoran la biodisponibilidad de nutrientes. Por eso no se trata solo de moda: son alimentos que nutren desde lo profundo.
Los “bichos” más interesantes
Lactobacillus (en yogur, kéfir, chucrut, kimchi): fortalecen la barrera intestinal y ayudan a digerir lactosa.
Bifidobacterium (en yogur y kéfir): muy estudiados por su impacto positivo en inmunidad y metabolismo.
Saccharomyces (levaduras de kéfir y kombucha): producen vitaminas y aportan diversidad.
Bacillus subtilis (en natto): clave en la síntesis de vitamina K2, esencial para huesos y corazón.
Acetobacter (en kombucha): producen ácidos que modulan el entorno intestinal.
La clave es la variedad: cada fermentado aporta un ecosistema distinto.
Qué mirar en la góndola
No todos los productos que se venden como fermentados son iguales. La diferencia está en los detalles de la etiqueta:
Yogur: buscá que diga “con cultivos vivos” y evitá los que tengan azúcar, almidón de maíz, gelatina o colorantes. La mejor opción es leche + fermentos + fruta real.
Kombucha: elegí versiones con menos de 5 g de azúcar por vaso y lista de ingredientes corta (té, azúcar fermentada, SCOBY, hierbas o frutas). Evitá las pasteurizadas: pierden los probióticos.
Kéfir: debería tener solo leche + gránulos de kéfir (o agua + azúcar fermentada). Si ves espesantes o saborizantes, desconfiá.
Chucrut y kimchi: los verdaderos probióticos están en los que están refrigerados desde el inicio. Los de góndola no refrigerados suelen estar pasteurizados y con mucho sodio.
Miso y natto: cuanto menos procesados y menos pasteurizados, mejor. Ojo con el sodio elevado.
👉 Regla práctica: lista de ingredientes simple, cultivos vivos y bajo azúcar o sal.
La invitación
No existe el fermentado perfecto. Lo importante es la diversidad: yogur natural en el desayuno, un vaso de kéfir a la tarde, un poco de chucrut o kimchi en la ensalada, una sopa de miso en invierno o una kombucha fresca en verano.
Cada elección suma. Cada fermentado aporta una comunidad distinta de “bichos buenos” que enriquecen tu microbiota y, con ella, tu salud integral.
✨ El mensaje es simple: no busques soluciones mágicas, buscá constancia y variedad. Tu intestino —y todo tu cuerpo— te lo van a agradecer. Porque cada sorbo y cada bocado puede ser un recordatorio de que estás cuidando de vos misma, y eso siempre es animarse a más.
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